Platón dibuja una alegoría sobre el conocimiento en el llamado mito de la caverna. En ella, describe a un grupo de hombres prisioneros desde su nacimiento, sujetos con cadenas de forma que únicamente pueden mirar hacia la pared del fondo de la cueva, sin poder nunca girar la cabeza. Justo detrás de ellos hay un muro con un pasillo y seguidamente, y por orden de cercanía respecto de los hombres, una hoguera y la entrada de la gruta. Gracias a la iluminación de la hoguera, las sombras se proyectan en la pared que los prisioneros pueden ver.
Estos hombres encadenados consideran que estas sombras de los objetos son la única realidad, ellos están condenados a tomar únicamente por ciertos todos y cada uno de los contornos proyectados ya que no pueden conocer nada de lo que ocurre a sus espaldas.
Ayer recordé al filósofo ateniense cuando leí en la prensa la repercusión que había tenido la expulsión de un participante de un popular concurso televisivo. Frente a una cruda realidad cotidiana y a un futuro tan incierto, la máxima preocupación de miles de personas (cuatro millones, según los datos de audiencia) se centraba en un grupo de bronceados y controvertidos jugadores y en sus polémicos vínculos interpersonales.
Como en estos días he tenido algún tiempo para la reflexión (o lo que sea que hago cuando duermo) y el asueto (qué palabreja) también me he dedicado a la obligada visita de las redes sociales, con sus bulos, sus fakes y sus iracundos mensajes. La realidad aquí se nos presenta bajo un aluvión de imágenes, una sucesión imparable de opiniones y noticias. Todo pasa deprisa e, invariablemente, los sucesos se iluminan, fluyen y se extinguen con rapidez. Sin embargo, este fuego voraz que parece no perdonar nada, no es capaz de iluminar las tinieblas. Todo lo contrario, tras cada visita queda esa sensación pastosa y turbia de la resaca, la desazón de encontrarse arrastrado por el tumulto, el incómodo presentimiento de haber olvidado algo.
Cierto que es necesario evadirse y que a veces una buena falsa historia es más seductora que esta mustia realidad, pero no es menos cierto que estamos más cerca que nunca de aquel mundo anunciado por Aldous Huxley. En su novela Un mundo feliz, la información, las sensaciones y las distracciones eran tantas que la gente vivía en un mar de irrelevancia, era conducida hacia la pasividad y la sumisión a través del placer. Por doquier y en cualquier momento, la publicidad, la televisión, las redes, internet, nos están proponiendo la euforia permanente, la distracción constante, una vida fácil, donde lo que no podemos ni debemos nunca es aburrirnos y fracasar. Es una constante incitación propagandística a pensar que nuestra existencia es un juego y que vivir consiste solo en jugar (y ganar) y caer en el tedio es el mayor pecado: “diviértete hasta morir”, como escribió Neil Postman…En esas realidades paralelas vivimos, ahora más intensamente que nunca, metidos en nuestra cuevita particular, jugando a la play en vez de patear un balón, acertando preguntitas de relleno en vez de estudiar, leyendo frases pretendidamente elocuentes pero no ser capaces de leer un libro o un simple artículo, copiar y pegar sin saber lo que estás escribiendo, ver fotos retocadas, acariciar con los ojos lindos gatitos (sin la molestia de los pelos) o paisajes idílicos (sin mosquitos), perdiendo el contacto poco a poco con la cruda realidad de la caverna, viendo y formando con nuestras manos sombras chinescas… conectados, huraños y felices.