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Jarillo
Fotografía: Jesús Machuca

Seguro que alguna vez has sentido algo parecido. Un fuerte golpe en la espalda. Un trago de algo que decidió explorar conductos extraños. Un recuerdo que regresa para atormentarte mientras estás intentando apagarte sobre la cama. Algo que te deja, literalmente, sin respiración. Es la peor sensación que puedes sentir jamás. Sentir que tus pulmones no responden. Es horrible. Entiendes que la muerte se acerca y la angustia te inunda completamente.

Imagina, ahora, que esa sensación de angustia se alarga hasta lo insoportable y sigue ahí, día tras día. Desde dentro de ti, una mano sucia oprime tus pulmones y no te deja inhalar aire. Te vas llenando de la tierra que luego vomitarás a tu entorno en forma de cristales, destruyendo aquello que aparece a tu paso. La frustración arrasa con todo tu ser mientras intentas salir de ti. No eres capaz de respirar. No eres capaz de ser. Nada. Te amarras a la rutina esperando que, en algún momento, termine. Pero es imposible seguir aguantando y un día ya no puedes más.

La situación actual está acabando con nosotros. No solo económica sino vitalmente. Nos arrastra por un tortuoso camino de trabajo continuo para ni siquiera poder sobrevivir. Poder vivir de verdad, sentirnos vivos. Ya no somos, estamos. O somos simples carcasas corroídas por la precariedad que deambulan por las plazas y calles hasta que caen ciegas en sus propias oscuridades. Olvidamos las cosas que nos gustan. Olvidamos las cosas que no nos gustan. Incumplimos las promesas que nos hicimos. Nos olvidamos de nosotros mismos. Nos traicionamos. Y cuando alguien se traiciona a sí mismo, ya no le queda nada.

Este sistema precario y desalmado está llevando a una generación completa a perderlo todo. Está provocando que millones de personas tengan que arder en las llamas de la angustia y la necesidad hasta que, si pueden, intenten resurgir de sus cenizas. No será un precioso Fénix lo que salga de ellas. No. El sistema está creando seres enajenados y carentes de sentimientos que, antes aún de haberse sacudido las cenizas, sólo piensan en una cosa: venganza. Y se cumplirá. Porque aquello que les han quitado, que nos han quitado, no puede ser devuelto. Ya no somos nosotros. No pueden devolvernos nuestro ser. Es demasiado tarde.

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