Fotografía: Jesús Massó
Qué de veces, a propósito de la situación actual, escucho alabar aquel consenso del 77 del que nació la constitución que nos rige. Qué de veces los tertulianos de radio evocan la voluntad política de aquellos señores que supieron pactar y negociar sacrificándose cada uno de ellos por el bien de España.
Pero hay que recordar que aquí sólo se sacrificó la izquierda. El único sacrificio que tuvo que hacer la derecha fue renunciar al Franquismo. Y renunció tan poca cosa que la familia de Franco todavía sigue gozando de sus privilegios y de la fortuna que el Perola amasó mientras fue caudillísimo de todas las Españas. Y además, el país sigue lleno de símbolos franquistas recordándonos a diario quiénes fueron los vencedores.
Pero no sólo eso, pues sólo nos falta arrodillarnos para que de una vez se cumpla la Ley de Memoria Histórica. La Iglesia sigue al lado de aquellos vencedores y no es capaz de reconocer que formó parte de la represión. El gobierno del PP sigue sin reconocer lo que hizo la derecha durante 40 años, mantiene fundaciones fascistas con nuestro dinero y financia al Valle de los Caídos sin fiscalizar qué se hace con él.
Para que existiera ese consenso que ahora se pone de ejemplo, el PSOE tuvo que renunciar al marxismo y abrazarse a la socialdemocracia y Carrillo al Eurocomunismo, que era como echarle sifón a su ideología y que le valió que hubiera escisiones en sus filas.
Ya se sabe que el personal no estaba mucho por las izquierdas radicales después de la que liaron los comunistas en la Unión Soviética; pero tampoco ninguno de esos partidos trabajó para que los españoles con ideología de izquierda nos ilusionáramos. Así que ese pacto fue, en realidad, una rendición por la prisa en formar parte del Parlamento y acomodarse en sus escaños. Fue bueno para la derecha, pero nefasto para la gente de izquierda. Por eso lo evocan tanto; porque de nuevo intentan una bajada de pantalones para que siga gobernando la derecha. Lo mejor sería olvidarlo cuanto antes y no recordarlo más.
Una vez empezada la Transición -que no llegó a terminarse nunca- y ya con todos los políticos acomodados, pudimos ver cómo pensaban realmente. En el tiempo en que mandó el PSOE es cierto que España experimentó cambios en lo social, pero mantuvo el Concordato y nunca notamos que esto fuera un país aconfesional; seguimos dominados por la Iglesia. Tampoco mandó a los cielos al Valle de los Caídos ni acabó con las fundaciones de corte fascista. Al igual que Montoto, el PSOE concedió amnistía fiscal a los evasores y privilegios económicos a los muy ricos.
La democracia era, para nosotros los jóvenes de entonces que soñábamos con un mundo nuevo, un medio para alcanzar fines más humanos y mayor justicia social. Sin embargo, ellos la tomaron como un fin en sí misma: “Ya tenemos democracia, ya tenemos bastante”. Nunca fue para ellos una herramienta para acometer una obra grande, sino la obra ya terminada; como si alguien comprara unos zapatos no para hacer caminos al andar, sino para colgarlos y contemplarlos.
Igual pasa con la relación política/individuo. Para los políticos, el individuo debe ser el fin por el que trabajar; debe ser el destinatario de todos los progresos. Sin embargo, el individuo, para ellos, no pasa de ser el medio para sus progresos políticos. Un simple votante que es olvidado después del recuento de los votos.
En resumen: todo fue un falso consenso para una transición inacabada y que nos ha llevado a ninguna parte.