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Bea aragon

Fotografía: Jesús Massó

“Nunca mueres porque eres eterno,

vives del aliento y vas de boca en boca,

polizón oculto, que es la voz de un pueblo

en forma de copla.”

José Manuel Aranda

La ciudad amanece borracha. Trae las medias rotas y ese brillito perverso en su mirada fenicia que enciende los restos de la alegría roja en sus mejillas. Mirarla hoy, parece una quinceañera con la resaca más poderosa y salvaje por primera vez vivida. Mirarla bien, es el colorete de cualquier señor del vino resistiéndose a la pureza cristalina del agua. Mirarla, que en su espejo se ven también las manos limpias de las madres volviendo a la rutina y la arruga cansada que va a misa, la camisa planchada del banquero, el extraño olor a tipo viejo que reparten hoy las azoteas, las miserias de papelillos peleando con la escoba, el vecino y su amargura con su perro de la mano. No os la perdáis que es un misterio. No os la perdáis que esta borracha y con su aliento más oscuro y verdadero nos hace brillar de resaca.

Es cierto que cuando creemos que acaba la fiesta, no acaba y esto ocurre porque somos la fiesta y además casi sin darnos cuenta también pasa que los retales de las pelucas se hacen dueños de nuestros discursos de casapuertas y las coplas recién nacidas se convierten en las plegarias perfectas en la comunión de nuestros panes y nuestros peces. Nuestra fiesta que para algunos y desde fuera podría ser un botellón interminable o un río de coplas borrachas, una excusa para la crítica tramposa o un aquacherry de callejones sucios, es en realidad algo más hondo, más humano, más limpio, más luminoso. Es la mejor manifestación del cuidado que conozco. Esta milagrosa fiesta nuestra nos pasa una esponja de verdad y de mentiras por la cara, con la espuma precisa y justa del aquí y el ahora pero sin olvidar el antes y el después de cada quiénes. Esta fiesta tan nuestra nos iguala y nos diferencia pero también nos esconde y nos salva de las cadenas herrumbrosas del cada día. Esta fiesta que nos disfraza, nos hace más auténticos, más pan, nos acerca a la gracia tanto y como a la miseria. Nos mantiene en la hoguera incombustible. Nos hace gente y calle y teatro y nos permite seguir en el alambre.

Somos la fiesta por eso nunca acaba de acabar y es por eso también por lo que deberíamos ser un modelo para nosotros mismos en vez de echar piedras en nuestro propio tejado.

Mirarla hoy, está más bonita que nunca. Con sus ojitos brillantes y sus medias rotas y ese olor poderoso de mujer primitiva, de hombre recién nacido que rodea el arco infinito de su cintura. Mirarla bien que parece un milagro. La ciudad, como tú y como yo, y como toda su gente ha vivido, ha soñado, ha bebido, ha cantado, ha bailado y como a ella, a nosotros también, es la resaca más violeta, la que nos cura de espanto.

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