Cuando la alegría es un deber, tenemos que exigir el derecho a la tristeza. La síntesis es la vida. Por eso si falta alguna de las dos, todo es antinatural. Por más que el mundo cambie, tendrá que haber bienestar y dolor. Físico o del otro. Por mucho que nos limpiemos las ideas y los hechos, habrá de las dos cosas. Es un estado intermitente e interno pero universal. Arreglar la política para equilibrar y equiparar las oportunidades es otra cosa. Luego está el ser humano.
Quiero que quede claro que esto no es derroteo. Que no es defensa de una pena eterna y permanente. Que me parece perfecto eso de la defensa de la alegría como trinchera. Pero esto no se nos puede ir de las manos hasta la falsedad y la negación de la verdad.
Hago esta defensa de la tristeza desde la práctica de la misma alternada con euforia. O sea, desde el devenir común de una vida cualquiera. La mía. Y esta defensa resulta del enfrentamiento a estos estadios en los últimos tiempos por cuenta propia y ajena. También hago esta rara apología porque me parece que este tipo de vivencias pasan desapercibidas o se rechazan, pero creo que a partir de las crisis y sus resoluciones es como se forjan la vida y sus cuestiones.
Yo exijo poder tener un tiempo de tristezas para no caer en una esquizofrenia de la alegría. Exijo el derecho a la tristeza. En estos tiempos de contenturas de imagen y selfie hemos de mantenerla, pero de verdad. Con ojeras y despeine. Como es porque es lo que hay y tampoco pasa nada porque es normal. Sinceramente, no comprendo en absoluto cuando se comparte una pena y la respuesta del receptor de la historia melancólica es “no estés triste”. Porque hay veces en las que hay que estarlo. Desengaños de amores, enfados por situaciones del mundo, pena por dolores físicos o por pérdidas irreparables por nuestra naturaleza finita son justos y necesarios. Todo esto nos da la posibilidad del conocimiento de una misma.
Y es también todo esto lo que puede llevarnos al descontento y al enfado y, finalmente, al cambio. A una revolución interna o externa porque todas estas sensaciones nos pueden llevar a intervenir en una realidad que no consideramos favorable.
Hemos dejado que se use nuestra tristeza en nuestra contra porque la hemos apagado y rechazado con conformismo. Por no saber entristecernos y enfadarnos, se nos han impuesto miedos y hemos cedido a intereses que no son los nuestros. Se ha usado en nuestra contra. Y debemos recuperarla.
En segundo lugar, me resulta inexcusable que se sienta melancolía por el hecho de que consigue expresarse de formas sublimes. Con esto no excuso la necesidad de la técnica, pero, a lo largo de la historia, se ha considerado que el padecimiento de esta enfermedad generadora de la «bilis negra» (cuyo antídoto más poderoso parece ser que es la música), era la culpable de la creación de determinadas obras artísticas.
Independientemente de la existencia de esta sustancia generada por el cuerpo, es cierto que las tristezas han determinando de una forma casi imprescindible gran parte de la generación de obras fundamentales en la historia del arte. Existe un texto, llamado “Problemata XXX», atribuido a Aristóteles en el que se nos habla de la relación del genio y la melancolía y Víctor Hugo advirtió que “La melancolía es la felicidad de estar triste”. Conozco un poema usado por Bellini en una de sus ariettas en el que el autor (I. Pindemonte, 1789) se consagra directamente a la ninfa Melancolía. Más pistas desde mi percepción para explicarme mejor: Si no hubiera penas, no habría un hachazo homicida. Si no hubiera ansias de olvido, no existirían los disparos de nieve. Si no hubiera desasosiego, no habría suspiros escapando por bocas de fresa. Si no hubiera desconsuelo no existiría el Laoconte. Si no hubiera corazones rotos, no habría botellas con un último trago. Si no hubiera nostalgia, no se sentirían respiraciones de fuego. Si no hubiera angustia, no existiría «El grito». Si no hubiera despedidas, no habría siempre nos quedará París. En definitiva, si no hubiera males, no habría cantes pa espantarlos.
Rechazar la tristeza es rechazar todo lo anterior y todo lo anterior es fundamental. No caigamos en el maniqueísmo del falso entusiasmo. Asumamos y comprendamos que decir “anímate” ante las penas grandes es coartar el descubrimiento. No cedamos a las falsas alegrías. Compartamos el tiempo, porque es irremediable, entre la pena y el gozo. Y hagámoslo sin pena.
Vivamos en la certeza de que la mayor tristeza puede dar como resultado Revolución o Belleza.