No se salva nadie de este criadero,
yo también soy carne,
carne de febrero.
Antonio Martínez Ares.
Nadie nace sabiendo, ni con una copla bajo el brazo. Como mucho hemos crecido al socaire de ella o la propia madre que nos pario nos la ha dado de mamar, pero eso ni es suficiente ni ocurre siempre. Es por eso que todos hemos sido neófitos de carnaval. Antes o después hemos descubierto su luz amarilla y nos ha incendiado por dentro hasta dolernos y estremecernos y enamorarnos y significarnos. La copla primera se nos mete en las pieles y entonces ya está todo perdido. Nos involucramos, nos bebemos la sangre blanca de las coplas hasta emborrachamos de esa carne líquida y fértil de febrero.
El neófito nace donde le da la gana. Un neófito coge la copla y la hace su escudo, su amor, su alimento, su piel, su verdad, su mentira, su trabajo, su juguete, su arma, su coraje y su espejo, y la investiga con la clarividencia que nos da ese querer saber más y más y más cuando no sabemos nada de nada de nada. Un neófito sube la escalera de la copla y la escudriña y registra sus rincones con los zapatitos nuevos de domingo, estrenando el regalo de reyes con los ojos ávidos de dicha. Todos hemos sido neófitos alguna vez.
Un neófito coge la copla y la juzga como todo el mundo. La diferencia es que el neófito es libre. La opinión del neófito es una mochila sin piedras, sin prejuicios, sin miedo, sin demasiada consciencia. El neófito derrama sus verdades, que suelen ser absolutas con el puño sobre la mesa sin temor a reconocimiento. Ya sabemos que la única verdad absoluta que existe es la muerte y que “la muerte es una playa con cara de pena”, que es una forma deliciosa de explicarla, pero no la única. Por tanto, tenemos una verdad absoluta con mil formas de expresión posible.
Ocurre que el neófito se siente con una capacidad desconcertante de juzgar si este maravilloso verso del gran Juan Carlos Aragón es o no una verdad absoluta, y lo hace con total libertad y con muy poco criterio. Este verso se extrapola a cualquier copla de cualquier autor. Bueno, de cualquier autor no: los autores de los que se suelen alimentar los neófitos son los grandes porque efectivamente son quienes primero llaman a la puerta de su afición.
Insisto en que todos hemos sido neófitos, pero ahora parece que hemos perdido el respeto. El público recién nacido es acogido en la ciudad con los brazos abiertos porque la ciudad es quienes somos, quien nos hace, quien nos canta y nadie nace sabiendo, pero parece que ahora nacemos afirmando como si lo supiéramos todo de nuestra fiesta, de nuestros autores, de nuestra calaña. Hemos sido neófitos, sí, todos. Pero hemos respetado siempre a nuestra gente, hemos respetado la copla y, por supuesto, no se nos ha ocurrido nunca decirle a un autor qué es lo que tiene que decir, o cantar, o escribir. Decírselo, sí, porque ahora se le dice sin complejos desde la pantalla de un teléfono.
Me parece maravilloso el diálogo entre público y agrupación que se establece en el Carnaval de Cádiz y entiendo la libertad y la alegría que esto supone. Aun así, estamos obscureciendo la fiesta. Los que ya no son neófitos y los autores están casi amordazados por esta nueva oleada de carnavaleros aún en formación, cuyo conocimiento es inversamente proporcional al ímpetu de sus veredictos.
Público recién nacido: tu opinión importa y es necesaria, pero no el cepo de tu insidia, ni tu fanatismo, ni tu autoritarismo, ni tú falta de argumentación. La autoritaria opinión del nuevo neófito es agria y no engrandece la copla, la mata, la está matando.