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Paco cano completa

Fotografía: Jesús Massó

Están quienes lo saben, intuyen y predicen todo –aunque no acierten- y luego estamos aquellos a quienes nuestra propia realidad social y nuestra capacidad analítica nos parecen limitadas y desenfocadas (el talento, que reside en ninguna parte o en todas, nos ayuda a movernos dentro de nuestros límites). Yo, cada día, veo más extraños e inesperados  aquellos sucesos que trascienden el ámbito tan reducido en el que habito y, cada día, acierto menos al predecir futuros o intuir realidades colectivas; a pesar de las redes y del infinito océano internaútico en el que buceo a menudo. Eso sí, a veces puedo sentirme desconectado, desinformado e incluso desorientado, pero nunca bloqueado.

¿Cómo iba a imaginar la victoria de Donald Trump si mis amigos en Nueva York, Washington o Los Ángeles son personas que creen en la igualdad, el respeto y la diversidad? Y eso que aún tengo clavada en mi retina la miseria y el olvido que vi en las afueras de Shreveport (Louisiana) o el microrracismo, casi imperceptible pero constante, que se respiraba en cualquier calle norteamericana ¿Cómo voy a entender que en España el PP siga siendo votado de manera masiva si con quienes hablo a diario es gente honesta,  de progreso y responsable socialmente? Y eso que puedo intuir en el centro de salud,  en los bares, en las instituciones o en los autobuses el poco respeto que se le tiene a lo público y la vanagloria de quienes se han codeado con el poder para beneficio propio; o el contento a voces de quien engaña al Estado aunque sea un único euro. ¿Cómo asumir el poder del miedo -canalizado en Cádiz a través de los “medios del fango”, las redes y las maledicencias callejeras- si mi entorno es valiente y comprometido?  Y eso que, cada día, amigas, compañeros y yo mismo somos atacados con la saña que genera la envidia y la mediocridad de los que sí padecen miedo. Miedo a perder lo que tienen porque saben que no les pertenece. Un miedo que les lleva a ponerse en evidencia ellos solos; es lo que tiene el miedo.

Entender que están por ahí, por aquí, no te hace creer que puedan ser mayoría hasta que llegan los resultados: Trump, Rajoy o veinte años de teofilato.  Es entonces cuando se evidencia el devastador efecto de la basura televisiva que convierte la vulgaridad y el odio en Presidente de los Estados Unidos; es entonces cuando entendemos cómo, desde los medios y las empresas que los manejan, se valida y se promueve la banalización, el robo a espuertas y el esquilme del Estado hasta conseguir ocho millones de votos o cómo desde el terrorismo bloguero, las redes o los periódicos locales se difunde la falacia y la mentira para anular al contrario y que sigan siendo privilegiados unos pocos,  los de siempre. Sin escrúpulos. Y aún así, no nos paralizan.

No nos engañemos, no son mayoría. Son solo cuatro o tal vez veinte. La mayoría es la gente mal informada que se cree lo que ve en la televisión y asume, sin rechistar, los modelos que nos presentan como triunfadores -así ha hecho su carrera Donald Trump. La mayoría es la gente que, a través de Telecinco, Canal Sur o Diario de Cádiz asume identidades e informaciones manipuladoras sin cuestionarlas. La mayoría no es el empresario acostumbrado a defender su posición oligárquica a base de extorsiones y amedrentamientos, ni  la burda y chabacana columnista acomplejada que insulta a quien la ensombrece, ni el mediocre artesano que se exalta en las redes en busca de una gloria inmerecida, ni la funcionaria que gasta más tiempo en difamar que en trabajar y aportar. La mayoría es la que se apoltrona ante la televisión tragando mierda, la que calla ante las injusticias que sufren sus compañeros de trabajo, la que se apunta a odios ajenos con  sus “me gusta” (imprescindible el último capítulo de la tercera temporada de Black Mirror) o quien confirma que visita los nidos de la intolerancia fascista solo “por morbo”. También los que miran para otro lado. Los instigadores serviles solo son cuatro, o tal vez veinte,  aunque consigan –a través de pantallas y ventanas mediáticas-  sesenta millones de votos en Estado Unidos, ocho millones en España o veintitantos mil en nuestra ciudad para mayor gloria de sus amos. El resto, la mayoría, es silencio pasivo. Complicidad y miedo contagiado.

Aquí, en Cádiz, estamos logrando cambiar el silencio y la boca abierta que provoca el espectáculo obsceno para transformarlos en diálogo y debate sin ensañamiento. Poco a poco. Resulta esperanzador ver cómo una comunidad plural trabaja de manera propositiva y desinteresada en el proceso participativo de las mesas de la EDUSI. Es alentador saber que el Patronato del Carnaval tiene ahora más voces, es más horizontal y recoge un mayor número de sensibilidades. Y es ilusionante comprobar que se ha construido un Plan Director de Cultura consensuado por todos los agentes que quisieron participar y que van a disponer de un documento de actuación flexible, permeable y abierto a las modificaciones que el propio tejido cultural de la ciudad decida. Lo nunca visto por estos lares.

El camino ya ha comenzado y ahora nos toca luchar para resistir, para aislar a quienes ladran cada día más fuerte aunque cada día muerden menos. Nos toca luchar para entendernos como unidad, para evitar la dispersión, el aislamiento, para mantenernos firmes en defender los nuevos modelos y modos de comportamiento, para cuidarnos en lo común. Nos toca, además, difundir esas luchas, esparcir igualdades y provocar  pensamientos refrescantes, iluminadores. El bloqueo, la dominación y la parálisis tienen los días contados y la próxima vez, los “ocho más dos” concejales serán dieciséis o tal vez veinte y estarán unidos, los ocho millones de votos serán solo cuatro y lo de Trump…ya veremos cuánto dura. Aunque quizás me equivoque de nuevo  y haya que seguir trabajando para difuminar el miedo.

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