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Fotografía: Juan José S. Sandoval

“El espectáculo es la afirmación de la apariencia y la afirmación de toda vida humana, o sea social, como simple apariencia….El espectáculo es lo contrario del diálogo.”

–Guy Debord–

Fueron muchos los disparates económicos y sociales que se cometieron en esta ciudad durante los últimos veinte años; fueron muchas las acciones de maquillaje, muchas las actuaciones epidérmicas y  muchas las iniciativas propagandísticas de imagen frívola y soberbia. Era necesario gastar para aparentar. Gastar en intervenciones vacuas y gastar en contarlo para aparentar movimiento continuo. En ese mundo del espectáculo, las intervenciones urbanísticas fueron, posiblemente, los disparates más disparatados. El exceso del segundo puente, el paseo-mirador de Santa Bárbara y las antorchas de la libertad –los monolitos o los mamotretos, según- son solo algunos ejemplos.

En los cuatro años que los monolitos del Bicentenario, el Queco y la Queca, llevan entre nosotros han protagonizado una de las más insólitas historias de desamor y desapego conocidas entre arte público y ciudadanía. La indignación inicial por su desmedido coste y su estética fallida pasó con extrema celeridad a la indiferencia más absoluta. Como si no estuvieran. De hecho, hoy en día lucen estropeados, aunque nadie se de cuenta porque no se les mira; ni siquiera se miran entre ellos, como parecía la intención inicial del artista-arquitecto que los proyectó.

Desde una interpretación contemporánea de qué es y para qué sirve el arte público, la propuesta era desacertada y poco actual. Igualmente fallida, desde mi cuestionable opinión, era su propuesta estética y, desde el concepto de arte participativo, la pasividad a la que se somete a los gaditanos con sus mensajes, que transmiten unos valores simplistas, maniqueos e ingenuos resulta insultante. En consonancia, tal vez, con esos mensajes de mundo feliz que se proyectaban en las pantallas que pueblan la ciudad. Cádiz mejora se atrevían a decir algunas.

No sé qué debería hacerse ahora con esos intrusos que nos han colocado y que nos recuerdan una convivencia insana. Hay propuestas para que sean la voz escrita de la voluntad popular y que se consensuaran los mensajes que en sus pantallas aparecen, que proyecten los bellos y sugerentes Aerolitos de Carlos Edmundo de Ory, por ejemplo; hay propuestas para que sean trasladados; e, incluso, la más deseable de convertirlos directamente en chatarra.

Los políticos siempre aluden a la participación ciudadana pero se muestran remisos a la hora de dar espacio a esa colaboración. Hay que recordarles que la ciudad en su conjunto debe ser entendida como un escenario de conocimiento, de cultura y de convivencia y que, por lo tanto, debemos configurarla entre todos. Los ciudadanos no solo estamos para consumir cultura y educación, también podemos gestionarlas y diseñarlas en interés común. Así viviremos la ciudad y sus aconteceres como nuestros; así la ciudad nos socializará y así nosotros la humanizaremos.

Fotografía: Juan José Sánchez Sandoval

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