En Cádiz se han cerrado colegios públicos enteros. Se llevan cerrando desde hace 20 años. Y hay malas noticias: nos van a cerrar más. Si nada cambia, esto será un hecho incontestable y sin vuelta atrás. Pero no solo eso, sino que además el mapa que queda nos dividirá por estratos sociales. En la avenida, centros de gestión privada; y desde ahí hasta la periferia, la gestación de verdaderos guetos. Quienes lo han planificado minuciosamente tienen una visión clasista y mercantilista de la educación que, indudablemente, han conseguido transmitir a la sociedad. Casi sin darnos cuenta, nos encontramos con familias de la periferia que, por razones que no me atrevo a juzgar, pelean por meter a sus hijos e hijas en esos «colegios de bien».
Este es el contexto en el que surge la Coordinadora de la Escuela Pública, un colectivo independiente y plural revitalizado desde hace dos años. Nuestro escenario, una de las ciudades de España con menos centros públicos a pesar de ser una de las más atravesadas por el paro.
Así, y como reto prioritario, la Coordinadora se propone contar de una forma objetiva todo lo que se hace en la educación pública de nuestra ciudad. Nuestra educación pública es envidiable. Y no lo es sólo por los premios o menciones que recibe, sino por su capacidad inconmensurable de innovar, de atender a la diversidad (un 6% del alumnado requiere necesidades educativas en la privada frente a un 13% se atiende desde la pública, casi el doble) y de enseñar con eficacia con muchos menos recursos −humanos y técnicos− de los que nos deberían ser asignados. Frente a los mensajes de desprestigio de lo público, esta es justo una de nuestras líneas vertebrales: contar −en positivo− a través de los medios de comunicación tradicionales (ajenos) y de las redes sociales (propias).
En paralelo, impulsamos una labor de gestión, que −a mi parecer− sustituye a las instituciones al asumir la responsabilidad de generar actividades intercentros y espacios de reflexión y acción colectivas. No nos engañemos. Esto no se ha hecho nunca, y nos consta que si no lo hacemos quienes tenemos conciencia de lo público, nadie lo va a hacer.
Proyectos de éxito como las Olimpiadas Escolares, el Pasacalles de Todos Los Mundos y Tosantos impulsados por profesorado, equipos directivos, familias y alumnado, trabajando codo a codo. Iniciativas a las que en breve se sumarán otras nuevas, todas con unas fuertes convicciones democráticas y valores inclusivos. Y esta no es una cuestión baladí. Mientras que desde las administraciones nos enfrentan (se entretienen en ignorarnos, sortearnos o silenciarnos), la Coordinadora huye del ruido para crear espacios educativos y pedagógicos de encuentro. No desde un perspectiva equidistante o aséptica. Sí desde principios fundamentales como la convivencia, la aceptación de la diversidad y la participación activa.
Aunque este Ayuntamiento responde con medios ante el mantenimiento de los centros de Infantil y Primaria y busca fórmulas de apoyo, su capacidad de acción es pequeña e insuficiente y sus competencias, limitadas. La dejadez y la inercia de décadas es un gran obstáculo. Y es de aquí de donde nace la reflexión de fondo. Lo que nos hace situarnos en una posición de resistencia.
Pasemos a la acción.
En el último encuentro de la Coordinadora, al que asistieron un centenar de personas de toda la comunidad educativa gaditana (y parte de la andaluza, atraída por nuestro modelo de trabajo), hicimos un análisis para avanzar en ideas y tareas. Todas las personas que asistimos coincidimos en un punto: debemos pasar de la resistencia a la exigencia. No hay otro camino. No queremos que construyan el salón de actos de un colegio que cierren dentro de dos días. Eso sería una perversidad institucional.
Nos encontramos con centros que deben afrontar una diversidad educativa enorme sin recursos humanos y técnicos, con infraestructuras castigadas y envejecidas. Queremos que nuestros centros estén a la altura de las aspiraciones y el talento de quienes los habitan: niñas y niños, jóvenes, profesoras y profesores. Y esto significa no regatear con los recursos, queremos más escuela, queremos más democracia. No practicar una política cicatera.
Cuando se pone en cuestión a la pública y se recorta, cuando se nos desprestigia gratuita y sistemáticamente en los medios de comunicación, no se está sólo beneficiando a la educación privada −aunque es indudable que ese es el objetivo de ciertos poderes−, también se perjudica a la democracia y se sacude el principio de igualdad de oportunidades. Porque no todo el mundo cree en lo mismo, ni tiene el mismo poder adquisitivo. Hay que reclamar instituciones que nos unan más y nos dividan menos. Instituciones que, por encima de todo, protejan el principio de igualdad de oportunidades.
La comunidad educativa de la pública está asumiendo una fuerte responsabilidad dentro de un sistema cada vez más raquítico y empobrecido. Frente a ella, los intereses ideológicos de ciertos poderes políticos, religiosos y económicos que sólo demuestran un peligroso desprecio por la democracia y la sociedad que la conforma. No vamos a parar.