Llueve sobre mojado. En estos días es así. Cae agua y más agua en un suelo ya empapado que la expulsa a borbotones, la rechaza por innecesaria, por sobrante. No es que esté describiendo la climatología gaditana. No es eso. Más bien quiero reflejar mi punto de vista sobre la repetición de los comicios nacionales. E imagino que el de muchos. Del hartazgo a la decepción pasando por el cabreo visceral y el hastío más absoluto.
Una sensación que solo ha conseguido mitigar en parte la recién creada confluencia de fuerzas de izquierda, que al menos hará que haya una mínima varianza en los equipos de este metafórico campeonato de fútbol, aunque uno un poco frustrante y repetitivo como una liguilla de ascenso del Cádiz CF cuando el equipo amarillo no asciende, claro está. Esperemos que en esta ocasión no sea ese el caso.
Este estado mental me sobreviene, al menos en parte, por ser víctima de mi propia incredulidad o no sé si llamarla esperanza, vana por supuesto, alimentada por una serie danesa que disfruté recientemente, Borgen. En ella, ilusa de mí, me hicieron creer que es posible el entendimiento a favor de un acuerdo común, que el sacrificio de lo particular tiene un sentido si se produce a cambio una mejora colectiva. Ya sé, me dirán ustedes; es solo ficción. Pero qué bonita ficción ésa de esperar que los políticos, obedientes ante el resultado de unas elecciones que les han demandado diálogo, hicieran caso. Sería, como diría un amigo mío, el epítome de la democracia, ironías aparte.
En un esfuerzo de empatía con la clase política intento imaginar que no debe ser fácil entrelazar determinadas políticas económicas y sociales, pero la realidad es que parece que han sido otros asuntos, que no me atrevo a calificar, los que deshicieron toda posibilidad de ahorrarnos este calvario y, de paso, otros tantos millones de euros que yo no sé a otros pero a mí me escuecen bastante con la que sigue cayendo. Insisto, no creo que sea sencillo; nadie dijo que lo fuera a ser. Lo que el votante, a mi juicio, depositó en las urnas el pasado mes de diciembre, fue un voto a la madurez y a la confianza de los que iban a representarle. Y ya ven ustedes el resultado.
Mientras tanto, en la ciudad de Cádiz, la quinta localidad con más parados de España (un 36,1% según el Instituto Nacional de Estadística), nos merendamos cada día casos de corrupción de diferente alcance en los que se sigue embarrando el dinero público, que es de todos, pero que solo sirve para que se lucren los que tienen de vergüenza lo mismo que de honestidad. Y será bastante complicado que a los gaditanos, a los que estamos aquí y a los que están fuera, nos interese más que lo justo informarnos de los contenidos de cada uno de los mítines, de enterarnos de las propuestas (mucho más volubles de lo que quisiéramos) y tragarnos los sapos de tantas promesas electorales como días tiene un lustro.
Estos días de precampaña y campaña serán, ya lo anunciaba antes, como una liguilla de ascenso del Cádiz CF que, acordarán conmigo, es mucho menos sufrida si uno no ve ni un solo partido y solo se entera de que el equipo de sus amores ha ascendido. Pues eso, a ver si ascendemos de una vez. Que ya va tocando.
Fotografía: Jesús Massó