Por mucho que se haya escrito de la personalidad de Septiembre no deja de sorprendernos en cada uno de sus cumpleaños.
Me pasó desapercibido durante mis primeros 5 años. De ese período no tengo recuerdos de él ni de sus otros once hermanos. Sólo tengo recuerdos de calor y de frío, de hambre y sueño. También de primeros planos de caras que con muecas se acercaban a besarme. A mí me daban miedo.
Fue en mi sexto año cuando lo conocí. Desde el día uno se me presentó lleno de ilusiones. Todo un catálogo de promesas de novedad y de cambios. Me invitó a cuadernos y a lápices de colores donde empezar a pintar mi futuro. Fue desde ese año que celebrábamos su aniversario con las mochilas cargadas de propuestas y con el incontenible deseo de hacer amigos. Daba igual lo querido que uno se sintiera el resto del año, cuando llegaba el cumpleaños de Septiembre nos preparábamos para gustar, para ser queridos y valorados, para ser importante para los demás. Hacíamos amigos con verdadera facilidad.
Todos sus cumpleaños los celebré con tremenda algarabía hasta que me sentí mayor que él. Empezó a importarme más los invitados que el anfitrión. Sentí que sus fiestas eran aburridas, un trámite necesario para poder llegar a las fiestas del resto de sus hermanos.
Pocos años después volvió a resurgir, sorprendiéndome con su inagotable vitalidad.
Yo ya no era ni mayor ni pequeño cuando Septiembre me ayudo a comprender que todos los años morían justo antes de su cumpleaños. Septiembre era el interludio entre el pasado y el futuro. Septiembre era presente atemporal, contenía todo lo pasado y todo lo que está por pasar.
Septiembre no cambiaba y, sin embargo, conseguía cambiarnos a todos. Sus fiestas eran apoteósicas, duraban todo el mes y sacudían todos los ambientes. No había calle que no cambiara su voz y sus horarios. Pasaba por todas las casas soplándonos con su brisa de levante para quitarnos las cenizas del año muerto.
Su invitación podía llegar en forma de mochila, de libros y papelería, de presupuesto, de armario abierto y maleta cerrada, de bota alta, de calcetín y de pijama, de hoja en blanco y tinta trémula, de letra errante, de música incompleta, de paciencia pedagógica, de carretera sin pintar, de refugio inexpugnable, de labios deseados, de pasiones nuevas, de viejas pasiones, de lucha y de sueños de victoria. Sólo era una invitación pero nos veíamos obligados a acudir a su fiesta.
Esta vez estamos desconcertados. Le hemos visto pasar de lejos por la calle y hemos sentido su tristeza en la sombra de su cabeza baja . Había discutido con sus hermanos Julio y Agosto porque habían acabado con el presupuesto que tenía la familia para los cumpleaños.
A Septiembre no le han dejado celebrar su cumpleaños.
¡Qué triste está Septiembre!