En el mundo de los Teletubbies todos los días comenzaban de la misma manera, un aniñado sol aparecía en el horizonte y la voz de una conciencia recitaba la salmodia que daba origen a la liturgia de la estupidez, “bajo las colinas, en un lejano lugar, los teletubbies salen a jugar”. Entonces, de un boquete salían Tinky Winky, Dipsi, Laalaa y Po que, con las barrigas llenas de tubbienatillas, estaban listos para lo que les echaran. Lo mismo unos niños que bailaban claqué, que otros dando biberones a unas cabritas o lo que se terciara en el capítulo. Ellos, se limitaban a reír como necios, a esquivar conejos gigantes que andaban por allí asilvestrados y a decir “otra vez, otra vez”. Luego, cuando la aspiradora Noo-noo había limpiado cualquier rastro de sensatez, la conciencia les decía “es la hora del tubbieadiós” y los cuatro se metían corriendo en el boquete, diciendo “adiós, adiós” para volver a salir y volver a meterse, sin solución de continuidad. Así de simple –y de siniestro- era el mundo de estos muñecos; un mundo que entre 1997 y 2007 fomentó la hipnosis colectiva con sesiones tan intensivas que han causado un daño social, difícilmente reparable, y que coincidió con la época de nuestras burbujas, de nuestras pompas más vanas.
Se llegó al convencimiento de que para todo había una segunda oportunidad, parodiando de manera burda lo que decía Nietzsche – fueron, además, malos tiempos para la filosofía, porque el negocio siempre ha sido más tentador que el ocio- y la sed del eterno retorno quedaba saciada simplemente con un “otra vez”. Y como niños de capricho se repetía el juego, saltándonos las reglas, hasta que todos ganábamos. De ahí vinieron aquellas grandes noches electorales, en las que “la fiesta de la democracia” hacía vencedores a todos los partidos políticos. Lo importante es participar, se le decía a los críos para que no se enfadasen si llegaban el último a la carrera. ¡Qué poco nos costó interiorizarlo!
Exagerada, dirá usted. Quién sabe. Lo cierto es que de aquellos barros vienen parte de estos lodos que nos tienen enfangados hasta los ojos. Porque del “otra vez, otra vez” y de la sopa boba de las natillas abusaron tanto nuestros gobiernos, que llegaron –llegamos- a creer que para todo había una segunda oportunidad, un otra vez, un a quién echarle la culpa, un yo no he sido… en fin. ¡Qué le voy a contar que usted no sepa!
Así es como hemos llegado hasta aquí. Después de una legislatura fallida, en la que los cuatro teletubbies se han visto las caras, y han jugado al escondite con su papeleta y con la mía, viene el “otra vez”; una nueva convocatoria de elecciones que nos pilla ya con el capítulo más que aprendido. Porque nosotros, los de diciembre, ya no somos los mismos. Y sabemos que esa segunda oportunidad, no siempre existe.
El banco de la paciencia ya está ocupado, y tal vez Penélope no tenga prisa. Pero no todos somos griegos.
Fotografía: Jesús Massó