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La soledad y la rutina son términos que suelen ir de la mano. El abandono y la desilusión, también. La marginación y la incomunicación, la enfermedad y la incapacidad, el desencanto y lo opaco…

Todos seremos un poco más conscientes de nuestra vulnerabilidad, y echaremos la vista atrás con madurez para afirmar: “yo viví una pandemia y un confinamiento”. Cuando volvamos a nuestra rutina tras este extraño paréntesis de sábados en casa, aplausos a las ocho y sobreinformación, nada habrá cambiado en el sitio en el que nunca cambia nada.

Trabajo en un lugar muy cercano a ti aunque creas que está a años luz. Allí habitan la hepatitis C, el VIH, la tuberculosis y la sarna, pero sobre todo habitan personas carentes de cultura, oportunidades, actividades, empleo, formación, tratamiento, cariño o comprensión.

El eterno confinamiento
Fotografía: pixaba02 de pixabay

La cárcel es la burbuja de las ganas quietas, el esplendor de la monotonía, el teatro de los mudos y la bandera del abandono. No busquen en planetas lejanos alguna justificación ante tanto fracaso de Papá Sistema. La cárcel está y estará para reprimir, aislar y olvidarnos de aquel o aquella vecina que un día empezó a faltar al colegio, aquel o aquella vecina que no tenía ojos nada más que para el veneno de la droga, aquel o aquella vecina que no entendió que entre el respeto y la ley existe una frágil y delgada línea.

La factoría más grande de la provincia está en El Puerto, con varios miles de personas que forman parte de un mal terriblemente endémico en nuestra tierra. En estos tiempos es mucho más fácil caer preso que hace diez o quince años. El Código Penal se reforma para endurecerse, y, seamos serios, nunca nos interesó ir a la raíz del problema, se llame educación, desarraigo, pobreza o desequlibrio mental. Y para colmo, la reinserción es tan falsa como un dragón de dos cabezas y tan sincera como la sonrisa de Pablo Motos.

Durante estos siete años que llevo como maestro de prisiones, me he encontrado a gente que cogió una furgoneta para trasladar hachís con el único propósito de darle de comer a su familia. “¿Qué hubieras hecho tú, maestro?”.

Conozco el Chicle de Jerez, la heroína del Cerro del Moro o el desempleo del Barrio Alto sanluqueño, por eso afirmo que tengo los pies en la tierra y trato de entender al vecino que tiene que alimentar a los suyos y no tiene “pa na”. De primero de política y de sentido común. Ahora y siempre.

Tecleen en Google “Puerto III”, después observen las imágenes. De las diez primeras al menos dos son de su piscina. Está vacía desde hace años pero luce flamante en el buscador más famoso. Es un poco cansino y muy frustrante cuando el pueblo olvida la situación de un preso porque “allí tienen hasta piscina y se vive bien”, sin importar el debate necesario para reducir los sesenta mil presos/as o las noventa y dos prisiones que tod@s pagamos. Tenemos una de las tasas más altas de Europa a pesar de tener uno de los índices de criminalidad más bajos. Las cárceles no previenen, no resuelven, no re-socializan, pero siguen en pie a pesar del fracaso. Son maquinarias de reproducción de la desigualdad, y esto forma parte de la ideología que impera sobre el bien y el mal.

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