“Tengo frío en la mañana
(debe de ser cosas de las alas).”
Pedro del pozo
El idioma de los pájaros se ha convertido en la banda sonora de lo cotidiano. De repente parece que nosotros somos la especie protegida. Nos guarecemos de la extinción y del miedo (más de lo segundo) en nuestros nidos-hogares que creemos, casi siempre, escudos insuficientes (quizás porque lo son). Nuestro particular parque natural, naturalmente, se nos queda corto.
Aparecen entonces las malas hierbas y la carne jugosa de nuestro limo se llena de cardenales dolorosos por la falta de la circulación de la caricia. Por la falta a secas.
Aquí ya no se puede respirar. La tos antigua de los muros de carga se despierta furiosa cada mañana y amenaza con sus pitidos asmáticos en llamas. El crujir de tuberías primigenias es insoportable. Aquí ya nadie canta, solo los pájaros ahí afuera, aquí adentro: muerte.
El techo-cielo se nos caerá encima un día de estos y la verdad es que ya las paredes se nos han quedado pequeñas, el agua caliente de la ducha es cada vez menos clarificadora, las recetas de cocina no son suficientes para matar el hambre (este hambre nunca muere), pasa lo mismo con los discos, con las series, con los libros, con el yoga, con la voz temblorosa de las videollamadas, con la luz tenue de la mesita de noche, con nuestra propia piel cada vez más escamosa y ronca. Tenemos la epidermis estropeada y por eso nos aprieta hasta la asfixia en el corazón de la soledad más profunda. Pero los pájaros cantan. Cantan primavera desmesuradamente y desde siempre. Y entonces pensamos que si los escuchamos ahora su canto es para nosotros, solo que ahora nosotros somos los de la jaula (siempre hay una jaula de por medio). Aquí cada uno escucha cuando quiere. Aquí cada uno escucha lo que quiere. Pero los pájaros cantan primavera desde siempre.
El ser humano tiene vocación de círculo, por algún motivo piensa que todo acaba y termina en él mismo. El ser humano se creyó su propia patraña y desde entonces así nos va. No somos capaces de salir de nosotros mismos ni un minuto, ni siquiera ahora que estamos encerrados miserablemente en nosotros mismos.
Y los pájaros desesperadamente siguen gritando en su idioma.
Con esto y con todo seguimos pensando que somos el centro: todo el mundo sabe que si nosotros no le echamos de comer pan a los pájaros desde nuestro balcón de pacotilla, los pobres no tendrán que comer y morirán y entonces ¿quién va a cantar por las mañanas mientras morimos un poco más? El pan no es bueno para los pájaros pero da igual cuántas veces nos lo digan. Nosotros les damos de comer porque somos los imprescindibles del planeta. De imprescindibles está el cementerio lleno, que diría Napoleón. De imprescindibles tiene tú to la cara, que dice servidora.
Los pajaritos mientras tanto cantan, como siempre cantaron. Su canto primavera nos demuestra que estamos vivos y muertos a la par, como si fuéramos una mutación barata e imperfecta del gato de Schrödinger.
Su canto primavera nos demuestra que la vida se celebra muy afuera de nosotros.