Si quieres la paz, prepárate para la paz, corrigieron los hippies el viejo refrán latino: si quieres la paz, prepárate para la guerra. Sin embargo, ¿cómo ser consecuentes con el primero de dichos asertos si estamos perdiendo, día a día, la batalla del paro y en enclaves críticos como la Bahía de Cádiz, no parece existir otra alternativa de empleo a corto plazo que no pase por la industria militar y por la base de Rota?
Cierto es que las hipotecas militares de la provincia gaditana han ido cediendo al pairo de la reconversión y cierre de cuarteles o baterías de costa. Sin embargo, el potencial armamentístico y especialmente nuclear han crecido también de manera exponencial en este territorio. El puerto de Gibraltar, por ejemplo, a partir de la crisis del HMS Tireless, ha sido habilitado sobre el papel para permitir la reparación de unidades navales de propulsión o carga nuclear, operaciones que conllevan un riesgo mucho mayor que el simple avituallamiento. ¿Qué decir de la sorpresiva parada y fonda de la flota militar rusa, también atómica, en el puerto de Ceuta? Quince millas de distancia no nos alejarían de cualquier desastre.
La industria militar de la provincia lleva agonizando desde comienzos a ratos del siglo XX. Hubo épocas, incluso, en que los astilleros tuvieron que cerrar y para reabrirlos hizo falta el talante, entre aventurero y emprendedor, de gente como Horacio Echevarrieta, que lo mismo era capaz de prestarse a espiar al servicio de Alemania que se implicaba en una extraña operación de venta de armas a favor de la revolución de Asturias. La construcción marítima en nuestro entorno ha sido civil y militar pero, de un tiempo a esta parte, ha crecido la importancia de los encargos de la Armada o hemos conocido el spin-off aeronáutico del Airbus Military de Puerto Real, respecto a las cargas de trabajo estrictamente comerciales, que siguen lastradas por la deslocalización a factorías asiáticas.
¿Y qué decir de Rota y de la base que ya no es de utilización conjunta hispano-norteamericana, pero que sigue dependiendo grandemente de la bandera de las barras y estrellas? Alberti ya dejó de preguntarse hace tiempo por el melón y la calabaza, el tomate y la sandía de sus huertos. Ha sido portentoso que la población mantenga la impronta turística a pesar del gigante bélico con el que convive y cuyas relaciones con sus vecinos tampoco son ideales, desde los impuestos municipales a los convenios con los trabajadores civiles del enclave. Sin embargo, la base militar aporta otro tipo de réditos, en forma de migajas, que se han visto incrementadas con el llamado escudo antimisiles. Estamos hablando de empleo indirecto, alquiler de viviendas y otros panes para hoy, hambre para mañana y riesgo para siempre.
Quienes llevamos décadas participando de forma activa en las movilizaciones contra las bases y otras obsolescencias nos preguntamos qué discurso podemos plantear en dicho sentido para hacer también nuestro a otro de los mayores ejércitos que forma filas en esta provincia, el de la cola del paro. ¿Cómo trasmitirle a la población que no merece la pena correr semejante peligro armado si hemos sido incapaces de ofrecer alternativas de trabajo y de sostenibilidad económica desde su añejo monocultivo? Para predicar, hay que dar trigo, aunque no podamos aplazar, ni a escala local, ni estatal ni global, el discurso de la no violencia. Con independencia de que debamos seguir trabajando en la pedagogía de la paz o en el análisis de las estrategias de defensa que cada vez pasan más por la inteligencia militar que por las grandes plataformas armamentísticas, la primera frontera del pacifismo real en Cádiz pasa por encontrar otra forma de ganarnos la vida para no acabar, en cambio, ganándonos la muerte.
Fotografía: Jacob Valerio (Creative Commons Zero license)