No voy a descubrir nada pero voy a renunciar a cualquier tono poético que sirva de disfraz a lo que pretendo analizar para que nadie tenga dudas de mis palabras.
Está más que demostrado que los pájaros huyen del calor o del frío según su especie y costumbres biológicas. Por otra parte, ya está más que demostrado que nuestra especie, que solo es una: la humana, huye de su propia especie independientemente de sus costumbres biológicas y del medio que lo rodea. Huye de sí misma todo el tiempo. Entiendo que decir que huimos de nosotros mismos es común a decir que huimos de nuestra especie, que solo es una, le pese a quien le pese (la humana, repito) como también es lo mismo que decir que huimos de nuestras propias palabras. De nuestras propias palabras. Huir de las palabras como si se pudiera; pues lo imposible: nuestra especie lo consigue. Y ahora otra vez, y digo otra vez, porque ya estuvimos antes aquí, en la misma coordenada, en el punto de partida, en el tiempo del silencio. Y a mí es que, verán ustedes, no sé cómo explicarles, el silencio me acojona desde chica.
Ahora que una mira el paisaje desolador que nos deja la multa de un hombre comiendo pipas de forma desafiante, un rapero que canta cosas que escribe y está exiliado en otro país, un pueblo que es asediado por Piolines y guardias civiles y derivados (sí, fueron asediados, siendo muy generosa no precisamente con el pueblo que lo fue), las hogueras que se hacen con la fotografía de un rey que es rey pa su casa… mira una con asombro todo esto y lo que se me escapa en la mirada o directamente lo que no quiero mirar (yo también soy una puta humana que mira para otro lado como cualquier hija de vecino) es que me da vergüenza. Me da vergüenza la capacidad que tiene mi especie (yo misma) de olvidar todo lo anterior, cada privilegio que consiguieron nuestros ancestros. Qué poca memoria tenemos, qué poco nos vale una vida cuando no es la nuestra, qué poco nos vale ser, qué poca nos parece la sangre cuando la herida está curada (mal curada diría yo, pero bueno…). Sin embargo, me parece asombroso cómo nos vamos acostumbrando al silencio, a la miseria, a las dictaduras, a las banderas y a las patrias. La madre que nos parió, quién sería…
Estamos en el mismo punto prehistórico del mirar, oír y callar y nos estamos dejando bailar el agua. Pero el agua, camaradas, no sabe de bailes y nos acabará ahogando y entonces será tarde para nada.
A veces me ha pasado que alguien manda callar con un siseo tenue y yo no sé por qué, pero acabo siseando, llamando al silencio, al miedo. Hasta que todos callan, hasta que yo me callo, porque el que calla, otorga ¿verdad?
Más vale ser pájaro que esta cosa con alas que somos.