Las calles, el espacio público en general es un lugar común. Un lugar donde el comportamiento está regulado por las costumbres, las normas sociales, las ordenanzas municipales y las Leyes. Aunque no solo, los comportamientos individuales también quedan regulados por las costumbres o normas de pertenencia a las clases sociales.
El uso del espacio público está regulado de un modo fundamentalmente restrictivo, seguramente en atención a que es un espacio común donde lo que ocurra tiene que perturbar o molestar lo menos posible a la mayoría de sus usuarios. Pongamos por caso la regulación sobre el ruido o las terrazas para que no molesten al vecindario.
Tuvimos este verano una nueva regulación, de la noche a la mañana, que limitaba las terrazas hasta las veintidós horas, incluidos viernes y sábados. Cualquiera pensará que en Alemania esto es lo que se espera, aunque los propios alemanes esperarían una norma menos restrictiva y así hubo protestas que no se articularon en reclamaciones ni manifestaciones, sino en comentarios despectivos, jocosos y desobediencia absoluta de la ordenanza municipal. Se opinaba en el mercado que la ordenanza, para viernes y sábados, hubiera debido haber permitido el asueto hasta la media noche al menos.
Con esta norma quedó de manifiesto el conflicto entre usuarios del espacio público y de estos con sus reguladores, que pasaban por alto el daño a la hostelería (no olvidemos que pagan impuestos que fluyen a las arcas municipales) y a la diversión de no pocos vecinos; mucho menos a los turistas. Un elemento interesante quedó también de manifiesto: hasta dónde llega el derecho de los vecinos que viven sobre las terrazas, o cerca, a limitar no solo a los hosteleros sino a los vecinos que desean divertirse. Vivir en el centro de una ciudad implica ruido, a diferencia de vivir en el campo. Este argumento no es la defensa ni el elogio del ruido, pero conviene constatar que las ordenanzas no deberían perseguir convertir el centro de una ciudad en campos o bosques, sino en una ciudad habitable, como espacio urbano, para todøs.
Son muchos los aspectos, sin embargo, que se pueden observar en nuestro uso del espacio público y, sobre todo, del modo de apropiación en el uso del espacio público como conducta. Empecemos con mi observación de cómo una estudiante llegó a clase el otro día con su alargador de cable y su enchufe múltiple, que extendió hasta donde se sentaba para conectar su ordenador portátil y su móvil. Los enchufes no están cerrados ni conozco limitación alguna hacia mis estudiantes para su uso. Por cierto, al enchufe múltiple pudo acudir quien quiso. Cuando esto escribo me doy cuenta, además, de que la energía eléctrica de nuestra universidad sale del sol.
Hace unas semanas, era domingo y suelo ir a mi café de los domingos donde lo mismo conecto mi móvil que mi Notebook a los enchufes o al wifi, y escribo o chateo. De camino, por el puente más pintoresco y lleno de turistas, el antiguo puerto de la sal de la mayor salina europea en una época, una joven había tomado posesión del suelo, donde se había sentado y extendido sus cosas como si se encontrara en el salón mismo de su casa. La fotografié, por detrás, y envié la foto a varias de mis amigas en las Españas. Todas tuvieron la sospecha de que la tal persona sería alguien sin un techo que echarse por lo arto. Pero no. Era un día fresco y soleado y la joven quería disfrutar de uno de los lugares urbanos más bellos de nuestra ciudad. Sacó su libro y se puso a leer. De cuando en cuando alzaba su mirada y luego volvía a la vida que leía, que era otra vida y no la suya, pero en la que habitaba.
En ese mismo puente, una noche de sábado que regresaba a casa desde ese mismo café que es el mío de los domingos, pero había parado allí porque venía de ver la fiesta de la calle de una calle de nuestra ciudad, y son varias las que tienen su fiesta, que me recuerdan mi barrio de Lavapiés cuando viví en él. En ese puente, llovía suavemente, bajo un paraguas se protegía una pareja que permanecía sentada en el suelo, a ratos se besaban como comiendo moras, a ratos bebían de su quinto de cerveza, e incluso me atendieron y dejaron que les retratara. Tenían su casa, jóvenes pero no jovencitos, personas de profesión y seguro que bien pagadas, se sentaban y se querían sobre un puente bajo la lluvia porque les daba la gana.
Toda la primavera y el verano, ese puente es un jubileo provechoso de jóvenes y jóvenas que se sientan con su té o su cerveza a mirar el horizonte, donde hay un molino que movía la represa de la parte de nuestro río canalizado, a charlar sentados en el suelo, a jugar juegos de mesa. Y se besan, y sus besos se ven bonitos y gustosos. Y todo parece un sindiós porque es un sindiós, pero sin una palabra más alta que la otra.
Esa noche supe de otra fiesta callejera de una calle, que la organizan los vecinos, que van ya por los once años, y que la organizan porque tienen ganas de juerga, de jarana y de juntarse. Y se ha hecho tan famosa que ya tiene una web y aquello parece Santiago en la Edad Media. Levantan txosnas y un tablao, y la gente lo mismo se sienta en el puro suelo que en los peldaños de las escaleras que sobre los contenedores del cristal que sacan su sofá a la calle. Allí les dan las mil, y dos semanas antes fue lo mismo en la calle paralela. En el centro mismo de Hamburgo, bueno, un poquito al lado, pero no en un arrabal. En tranvía, a cinco minutos del ayuntamiento.
No es solo que las personas se apropian del espacio público como extensión de su propia casa, de su salón y su cocina, sino que respetan como propio ese espacio público porque lo sienten propio, y lo usan como suyo. Y lo dejan limpio y ordenado como lo encontraron, como lo mantienen. Mi café de los viernes ha plantado una planta que da flores muy bonitas, y que son comestibles, en la acera de enfrente. Una esquinita, entre ladrillos rojos, de tierra abandonada de todos que pedía alguna vida para participar en la existencia de todos nosotros. Así, los del café, además de tostar uno que traen en barco velero para no dañar al clima y lo dan todo ecológico y regalan sonrisas y buen humor y son estudiantes o lo fueron, personas de una amabilidad y una finura apabullantes, plantaron las plantas, las riegan, las atienden y les hablan.
La otra noche, cuando ya creía que todo estaba documentado para hablar de esto en Cadi, en EusCadi y donde nos lean, me llegó la foto de portada. Pasaban las diez de la noche y habría cinco grados centígrados que parecían fahrenheit. Dejo hablar a la imagen. Solo añadir una cosa. A mi pregunta de qué celebraban la respuesta fue que querían estar juntos. Son vecinos de la misma escalera, se sentaban frente a su portal, pero decidieron apropiarse de la calle, del clima, de la oscuridad. Y simplemente lo hicieron.