No es por tirarme el folio, que uno escribe a ordenador desde que eran a pedales, pero todo lo que hoy estamos viviendo y sufriendo, todo todito todo, lo hemos vivido ya los aficionados a leer esas cositas raras que no convencen a mi amigo Fernando Santiago: la literatura fantástica o de anticipación, la ciencia ficción, la literatura prospectiva o como ustedes quieran llamarlo.
Hay libros que no solo hablan de nosotros, sino que nos advierten sobre nosotros. Y esto que estamos sufriendo y viviendo, todo todito todo, ya lo soñaron o fabularon o temieron hombres y mujeres hace la jartá de tiempo. Los aficionados a ese tipo de literatura, considerada subliteratura durante tanto tiempo (y lo que nos queda) ya lo hemos leído antes, y por eso esto nos suena a recordado. No es que seamos más listos que nadie (para eso tenemos a los cuñaos, que hoy viven su momento de gloria máxima), sino que no nos sorprende el vivir en carnes aquello contra lo que ya estábamos más o menos en sobre aviso.
Sí, ya, todo el mundo cita La peste de Camus, que siempre viste mucho ir de intelectual francés. Pero no es, ni de lejos, el único libro en la historia de los libros que ha tratado del tema. No olvidemos que a una epidemia se debe una de las obras cumbres de la literatura, la picaresca, la poesía y el fornicio: El Decamerón del amigo Juanito Boccaccio, ese que inventó las discotecas para la gauche divine catalana cuando todavía no se habían vuelto indepes.
Más cerquita en el tiempo, y todavía accesibles, hay dos libros que nos contaron todo esto, y que uno no sabe si aconsejar para ahora o para cuando acabe la situación, no vaya a ser que el personal se me deprima.
El primero lo escribió hace más de cuarenta años ese señor de mirada extraviada, armazón de loco, fustigador oficial del emperador Donald Trump y maestro del terror (porque se dedica al terror: también podría ser maestro de cualquier otro género, como viene demostrando en sus últimos libros). La novela en cuestión se llama en inglés THE STAND (El enfrentamiento), pero en español se publicó a finales de los años setenta con el título de LA DANZA DE LA MUERTE y, más tarde, se reeditó, sin los capítulos que fueron convenientemente eliminados por el editor americano original, como APOCALIPSIS.
¿Y de qué va la novela de tan diversos títulos, si puede saberse? Pues muy simple: una gripe llamada “El capitán Trotamundos” se carga a una enorme tajada de la humanidad. Sí, una gripe. Orquestada por el gobierno. E incontrolable una vez escapada. ¿Les suena? Pues lo mismo. Los primeros capítulos cuentan el avance imparable de este virus, mientras que el resto de la larguísima historia nos narra los esfuerzos de la humanidad por recomponerse. Naturalmente, siendo Stephen King, la humanidad se divide en dos grupos que se enfrentan (de ahí el título original), igualito que nosotros en las redes sociales. Unos se unen a una anciana negra, la Madre Abigail y otros a un diabólico individuo llamado El Hombre de Negro. El desfile de personajes es apabullante, porque acabamos conociéndolos a todos y apreciándolos a todos. Salvando los primeros capítulos demoledores, el resto es una lectura absorbente de casi mil páginas. Hubo una serie de televisión hace unas décadas y se estaba preparando otra, para la que Stephen King (que dice con la boca chica que el coronavirus no tiene na que ver con su libro), ha cambiado el final.
El otro libro lo escribió Connie Willis, una de las mentes más irónicas y perspicaces de la literatura contemporánea. Con su aspecto de ama de casa de las que hacen tarta de manzana que ponen en la ventana para que la robe el avispado de turno, Willis cuenta en una novela de viajes en el tiempo los terribles aspectos de la pandemia más terrible que dicen que hemos conocido, la peste negra. EL LIBRO DEL DÍA DEL JUICIO FINAL (en inglés Doomsday Book en referencia al censo que se realizó en Inglaterra en su momento) nos cuenta cómo, en el año 2054 la profesión de historiador va pareja a la exploración in situ de los lugares de estudio, ya que los historiadores son, desde Oxford, viajeros en el tiempo que actúan como testigos del pasado.
No, en teoría no pueden alterar la historia, que ya se están ustedes adelantando: las leyes del viaje en el tiempo protegen la línea temporal e impiden cualquier posible alteración.
Pero el viaje tiene sus riesgos: la “caída” no es siempre precisa, siempre hay una ventana de desviación en las coordenadas. Y eso es lo que le sucede a Kivrin, la joven historiadora, que viaja a la Inglaterra del siglo XIV pensando que lo hace antes de la aparición de la peste negra… y que de pronto descubre que los síntomas aparecen entre quienes conoce mucho antes de lo previsto. Si le sumamos que Kivrin no puede regresar por un oportuna avería del sistema y que, en el siglo veintiuno, una exploración arqueológica parece haber desenterrado el virus de la peste que empieza a actuar en el presente…
Lo dicho. Un libro absorbente (y mucho más deprimente que el de Stephen King, por cierto), que lo mismo no es la lectura más adecuada para evadirnos del momento de encierro.
No se preocupen, en cualquier caso: es lo bueno que tienen los libros. Siempre hay más.