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Dani vazquez

Fotografía: Jesús Massó

Pasadas las fiestas, ya en épocas de rebajas y precarnaval, los medios se hacían eco de las largas colas y asistencia masiva a centros comerciales, bien para cambiar algún que otro elemento de vestuario que no era de la talla del agraciado o bien porque realmente no encontraría el momento para darle el uso que se merecía. Y es que ya se sabe que sobre gustos no hay nada escrito porque el libro está en blanco y que hay tantos como colores. Además, en no pocas ocasiones, esos detalles que son regalados con amor e ilusión son adquiridos el día antes de la fecha de entrega sin tener ninguna idea clara y precisa del objeto que realmente desearía el elegido. España es así.

Ya en prensa local, el foco informativo se posaba en el Estadio Carranza. En sus puertas, algunos “valientes” hacen cola para obtener la entrada que le permita acceder a las primeras sesiones del concurso de agrupaciones del Carnaval de Cádiz. Incluso algunos medios nacionales resaltaban dicha crónica. ¿Qué es lo primero que pensamos cuando vemos a personas acampadas fuera de un estadio intentando alcanzar una situación privilegiada para ver al grupo internacional de moda?: en los grupos de  música enlatada, en los del playback, en los de mucha coreografía pero poca calidad musical, en los de fuegos artificiales, en los de mucho lirili y poco larala, en los de los escándalos, en los del papé cuché, en el de la foto en la carpeta…qué antiguo!!! Pues esa imagen es la que damos; sabiendo, además, que somos conocidos como la capital del paro.  Y ojo, desde mi punto de vista, las agrupaciones carnavaleras le dan mil vueltas al Justin ese. Esto es Cádiz y aquí hay que trabajar.

Tenemos lo que nos merecemos. Vivimos en un país de pandereta. Nos hemos acostumbrado a que sean los demás los que nos saquen las castañas del fuego; que sean los otros los que nos solucionen los problemas. Así es más cómodo; así podemos echarle la culpa a los demás y no ver nuestros propios fallos; fallos de los que estamos bien servidos y un servidor el primero.

Claro que la culpa no es solo de los ciudadanos, también lo es del sistema en el que operan sus gobernantes, los gestores de lo público, que son los que han creado esta situación, escondiendo el pan y dando circo.

Francesco Alberoni decía que la repetición de lo ya conocido provoca inconsciencia. La situación política y de aquellos que gestionan lo público han provocado que vivamos en ese fluir que es la vida del animal, un fluir que es un no pensar, un no saber; en fin, un no sentir, un sueño.

Tenemos un sistema con responsables que lo son por un tiempo limitado. Y menos mal. Entendamos como responsables no sólo a los cargos electos sino también a los elegidos a dedo o, siendo políticamente correcto porque la ocasión la pintan calva, a aquellos que ocupan cargos denominados puestos de libre designación. Es decir, concejales, alcaldes, secretarios generales, consejeros, presidentes de comunidad autónoma, directores generales, ministros, diputados…y todos incumplen lo que prometen o no cumplen todo aquello que prometen. Vamos, que nos engañan. No se puede prometer qué es lo que se quiere hacer cuando no se conocen los recursos con los que se cuenta para ello. No se puede prometer sin conocer quiénes serán los aliados que los acompañarán en el camino. Nos regalan sus tormentas de ideas, sus ocurrencias.

Como están de paso, no tienen conciencia estratégica o de planificación. Saben que estarán en esa oficina mientras se lo permitan e intentarán agarrarse fuerte al sillón para cobrar del erario publico el mayor tiempo posible. Serán responsables de lo que firmen durante ese tiempo, pero no de sus consecuencias. Ese marrón se lo comerán los que vengan detrás; a quien le tocará apagar fuegos y tirar la basura

Durante el último año, y desde el punto de vista administrativo, hemos estado paralizados. Muchos de esos responsables políticos tienen un jefe, que es el que ha apostado porque ocupe ese lugar. Tiene garantizados los ingresos durante al menos cuatro años, salvo desastre de fuerza mayor, y su función no es la de garantizarle a los ciudadanos una vida digna en sus diferentes parcelas sino la de mantener su parcelita de poder, que depende de los intereses de su superior quien a su vez depende del referente jerárquico en su partido político; su padrino.

Todos tenemos aspiraciones, voluntad de crecimiento o, como dice un amigo mío, de expansión -forma parte de la naturaleza humana y es legal- pero  algunos ven en la gestión pública una forma de desarrollo individual, y es ahí cuando lo que denominamos democracia entra en conflicto y lo que debería ser de todos se gestiona para intereses personales.

En la política administrativa actual es difícil sacar proyectos adelante porque necesitas del apoyo de otro partido político, que si bien es aliado en una administración es adversario en otra y así seguimos…paralizados.

Para desarrollar y ejecutar proyectos de amplio calado es necesario el debate y el intercambio de ideas. En la pluralidad y diferencia de opiniones está la riqueza, de ese modo nadie podrá ser el adalid del destino de la población. El problema lo encontramos cuando estas administraciones de distinto color político que gobiernan nuestras instituciones públicas juegan con los recursos de todos; recursos de todos, oiga, nuestros. Nadie quiere poner la primera piedra pero todos quieren lanzarla y utilizan a los medios para aturdirnos con edificios, hoteles, terrenos, proyectos que se intercambian como si fueran las fichas del monopoly.

A muchos no nos representan, por ello es urgente responsabilizarnos, comprometernos, implicarnos, participar, involucrarnos en alguno de los movimientos ciudadanos; ser responsables del entorno que nos rodean; auditar a la administración que gestiona nuestros recursos, no sólo cada cuatro años, sino de forma continua. Debemos recibir información mediática con cautela, leyendo entre líneas; tenemos que cuestionar y preguntar a aquellos que sabemos que militan en algún partido político; da igual el color  porque todos tendrán algo que aportar. Tenemos que participar con la mente abierta, sin etiquetas, empatizar con el otro, construir propositivamente la existencia de los demás y a través de ellos la nuestra. Hay que perseverar y hay que estar activos para, al menos, poder decir que lo intentamos.

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