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Majestad: He venido hasta vos para hablaros de vuestro pueblo. 

Es vuestro pueblo, Majestad, ambiguo y extraño y por eso ha ido trazando su desgarbada historia a golpe de estornudos, garrotazos y suspiros. Al menos esa historia que vuestros ancestros y vos mismo mandasteis a escribas y generales ir garabateando para mayor gloria de vuestro apellido y vuestra ralea.

Pero vuestro pueblo, Majestad, no es ya el que aparecía a veces en televisión agitando banderolas de colores y gritando de emoción al ver a vuestro padre. Ese pueblo no es sobre el que vos en realidad ahora reináis. Aquel era un pueblo de goma eva y papel cuché, construido por los decoradores del feudo a vuestra imagen y semejanza y a imagen y semejanza de vuestra realeza irreal, engalanado con los trampantojos de sus propias cadenas y custodiado por tertulianos radiofónicos y fotógrafos de revistas del corazón, por historiadores roñosos, políticos obsecuentes y presentadores de noticieros. Oh, aquel pueblo deslumbrado por el glamour, las medallas militares, las flores de plástico, los sombreros de las damas de la sangre azul y las baldosas de mármol donde bailan valses las princesitas descalzas. 

Arguez post
Imagen de Roegger en Pixabay

Pero ahora ese no es, Majestad, ni vuestro pueblo ni el mío. Aquellos eran tiempos mucho menos extraños que estos que ahora nos tocan vivir a vos y a mí. Vuestro pueblo y el mío, Majestad, tienen un corazón que late en silencio oculto por los altavoces de la propaganda del régimen e intuye en lo hondo que vos y todo lo que vos representáis no sois más que cenizas de tiempos fósiles, conservados en formol para mantener la falacia del reino y sus fronteras, de sus gestas y sus crímenes, de sus banderas, sus negocios y su putrefacción. 

Vuestro pueblo, como el mío, sabe, Majestad, que no quedan ya dinteles que sostengan la falacia de vuestra gracia y vuestras indulgencias. Los destellos de colores se están apagando. Palidecen las claraboyas de palacio. Los decorados arden. Acta est fabula. Ahora sois tan solo, majestad, una proyección sin croma detrás. 

Por los altavoces de los hilos musicales de las basílicas jamás suena la canción real de vuestro pueblo, Majestad, pero su eco reverbera claramente por calles y tabernas, por mercados y caminos, por las verbenas y por las alcobas, allá donde no llegan del todo los decretos del régimen ni las luminarias de los salones regios. Por debajo del ruido de estos días, Majestad, los latidos ocultos del corazón de vuestro pueblo susurran en secreto la consigna cierta de que esta tierra mañana será republicana. 

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