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Pozo
Portada del libro «Escala de Grises» de Bea Aragón

Escala de grises no es un libro de enseñanzas, ni un libro de mapas, ni un libro de propósitos. Es un libro de libertad. Libertad sin alharacas ni puertas de entrada y salida.

Estamos ante el primer libro de Bea Aragón, andaluza de Chiclana y poeta para siempre. Menudo debut. La autora, ajena a las imposturas tan al uso, deja claro que su escritura busca sin desmayo para comunicar lo que encuentra:

Me tiemblan las entrañas.
El resto de mí traduce el temblor.

¿Y por qué tiemblan las entrañas de Bea Aragón? Porque no callan, porque luchan, porque perciben el dolor, el miedo, el desaliento, la alegría, la valentía y el asombro y porque se saben -a pesar de todo y gracias a todo- libres.

Y eso hay que contarlo. Hiera o acaricie, el hallazgo hay que compartirlo, hermanas, hay que conocerlo, hermanos. Sin artificios, sin boato ni ceremonias confusas. Así, como quien tararea una canción mientras se baña en el mar, Bea Aragón anuda poemas que estallan, poemas que arañan y poemas que siembran.

Mucho quehacer hay tras estos anudamientos, mucha obra bajo este hilvanar palabras con la audacia de la sencillez y la ferviente intencionalidad de quien comprende el color que tiene el cielo mientras dormimos, y en consecuencia construye poemas capaces de abrir los ojos hasta convertirlos en soles que caben en el bolsillo del pantalón. Y ahí habremos de guardarlos para que nos acompañen, para que siembren, estallen o arañen. Para que -de acuerdo a las tres partes que componen el libro- se hagan hierba, tormenta o luz ante quien los descubra. No hay muros en Escala de grises. Hay alas. No hay venenos, hay pasajeros. No hay relojes, pero sí noches y caídas que nos abrazan en la dicha y en la catástrofe.

En no pocas ocasiones olvidamos cuánto debe nuestra supervivencia a esas palabras que se empujan unas a otras hasta levantar significados comunes. Escribió la poeta danesa Inger Christensen:

“Yo” no tengo ganas de más decorados
“Yo” no tengo ganas de más anécdotas sobre montañas pintadas
“Yo” no quiero ver surgir más universos dentro de los límites de lo sensato
“Yo” no quiero oír más alarmas de incendios cada vez que sale el sol.

Ese “yo” negador y desafiante que se resiste a la imposición de lo fatuo y lo fingido recorre continuamente Escala de grises. Un “yo” que Bea Aragón colectiviza con absoluta naturalidad:

Hace frío.
Sigue andándonos el camino.

Versos estos de un poema de los que arañan. Refractaria al coro de superficialidades que instrumentaliza la poesía para no hacer nada, Bea Aragón da un golpe en la mesa contundente, feroz, que combate la autocomplacencia y la desidia con disparos que apuntan a quien ella decida y, de paso, al mundo entero:

Toma el hogar,
la flamante jaula dorada
que me acoge
desde donde veo pasar
el tiempo, la vida, tu sombra
sentada cómodamente
al abrigo de un fuego que no existe.
No necesito nada de eso.

Camino, viaje, sendero. Ajetreo. Movimiento. Todos los poemas de Escala de grises están en movimiento, desde el espantapájaros que habla a la cosecha hasta la bala que llega al océano. Poemas rebeldes que se mueven y exploran por sí mismos, buscan más allá de la lógica -esa cárcel de cristal-, más allá del sí o no, del blanco o negro, más allá de las dicotomías tramposas planteadas por quienes ignoran el pulso de la calle, del barrio, del pueblo. El pulso, la voz, toda la gama de tonalidades entre el silencio absoluto y el grito desgarrado. La poesía de Bea Aragón es poesía enraizada, situada, ubicada en un lugar y un momento -su lugar, su momento-. No se presta al ejercicio de desproveer a la poesía de su entorno, que es como despojarla de su trama. No. En Escala de grises hay raíz, raíz honda, libre y alegre de una mujer que se reconoce naturaleza, sin más, y esparce palabras con esperanza de semilla:

 

Poesía. Eso es lo que ha hecho Bea Aragón en Escala de grises. Poesía. Disfrútenla y compártanla.

 

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