Desde que se inventó la maleta con ruedas y el TripAdvisor, el turismo ya no es lo que era. El viaje se ha convertido en un imperativo para ser felices y comer perdices. El ocio se ha proletarizado y se ha desplazado la explotación económica del trabajo a la explotación del tiempo libre. Y es que cuando los pobres pueden hacer turismo, algo huele mal…
El capitalismo −una vez más− ha vencido: hoy la gente no hace turismo, lo consume.
Disculpen este arranque de negra melancolía, pero escribir sobre turismo cuando se vive en una ciudad turística y ahí afuera se desparrama el verano, es duro, muy duro. Hay que despojarse de la funda protectora de la turismofobia y ni siquiera está permitida la queja resignada, sino mirar adelante. Sólo queda actuar y proponer y trabajar con visión de futuro, de modo que el turismo no nos atropelle y que, pasados los días de vino y rosas, el territorio no quede asolado, como un cascarón vacío, en el que ya no viva gente “de verdad”, de esa que no sabe leer un menú en inglés, que se saluda por la calle y que vive en su casa de siempre.
No estoy en contra del turismo. Primero, porque las alternativas al mismo en esta ciudad son escasas. Aquí no hay extensos cultivos, ni chimeneas humeantes, ni grandes factorías. Y segundo, porque no se puede negar la legitimidad de que cualquier persona pueda desplazarse a donde quiera. Sí, esto incluye también a los que son tratados como residuos humanos y sometidos a peligros mortales en el mar o en el desierto, para atravesar unas fronteras y ser recibidos de forma hostil.
Volviendo al turismo, dice el escritor gaditano Federico Sopranis, con su acostumbrada retranca, que todos los proyectos de desarrollo con escasa imaginación acaban en el turismo. Mientras, vivamos hoy el frenesí de las cifras de ocupación hotelera, de los millones de selfies, de las colas ante los monumentos, del incremento del gasto, los ardores de las terrazas invasoras, del puerto lleno de cruceros, que las autoridades se cuelgan al pecho como medallas.
Podemos no inquietarnos con el dato de que el pasado 25 de julio estaban volando simultáneamente 30.000 aviones alrededor del planeta. O que sólo en Cádiz capital ya existan 1.186 viviendas turísticas (declaradas). Nos puede parecer un mal menor que haya camareros con horarios terribles y una mierda de contrato, o que cientos de kellys, con una mierda de sueldo, se deslomen haciendo camas y limpiando habitaciones de hotel. Todo vale en función del lucro y del valor añadido.
Vale, pero pensemos en mañana si no queremos que sólo nos quede un paseo por las ruinas, como extraños en el paraíso. Y sobre todo que yo, nosotros, como personas de izquierda, tenemos el deber de reflexionar acerca de la gravedad de la situación y proponer soluciones.Unas soluciones que tal vez no estén dentro de los límites del orden establecido. Tal vez.