Esto se lo dedico a mis amigas:
A ellas que tanto contribuyeron a mis arrugas «de expresión». A las que me enseñaron la libertad. A las que me dijeron “venga tía, vamos a salir, no seas floja” y me regalaron su energía de doce de la madrugada a siete de mañana.
A esas que llamas porque tienes un problema y aparecen, como por arte de magia, y te ordenan en un momento.
También a las que son adictas a las meriendas y te llaman sabiendo que tu alma de gorda acudirá sin pensarlo a engullir las penas en dosis ingentes de chocholate. A las del pavo. A las surrealistas que seguimos teniendo el pavo, y disfrutamos de él.
A las que fueron mis amigas y ya no lo son, gracias. No, en serio, gracias. Porque si fuimos amigas mereció la pena y seguro que me aportásteis algo en la vida. Y aprendí. Y aprendimos. Y crecimos y ya no fuimos amigas, pero cuando lo fuimos… ¡joder cuando lo fuimos! Esas amistades locas de la adolescencia que te devolvían a tu casa con un dolor extremo en los carrillos mientras que tu madre preguntaba qué coño te pasaba, que qué droga tomabas. Y tú sin poder parar de carcajear pensabas “mi amiga, esa es la droga”.
A las que lo son, lo han sido y lo serán por siempre. Porque algún día las odiaré, y al día siguiente las estaré llamando porque son muy buenas. Nos pelearemos, pero pensaré que un día alguna de ellas me dijo «ponte así la camiseta que te queda mejor, que cada una tiene sus puntos fuertes y todas tenemos un cuerpo bonito».
Una amiga vale millones porque mientras la publicidad, los ligues, la sociedad e incluso la familia te dice «no tienes tetas» tu amiga te dice «no pasa nada por no tener tetas, está bien así, tú eres guapa».
Mientras tu madre cree que que tu novio te haya dejado es una pamplina, tu amiga te llama al fijo y llora contigo si hace falta porque tu desamor de los quince años le parece peor que las bombas que tira Kim Jong Un y se mete en el Tuenti y te cuenta lo que pasa en su muro y te corta el rollo si te pones pesada y te saca de fiesta y te hace ver que realmente no pasa nada. Pues al revés igual.
Porque las amigas son espejos en los que te miras y aprendes a ser. Las amigas son… eso, las amigas. Yo te recogeré el pelo mientras vomitas como tú lo hiciste conmigo. Pondré mi hombro para que me lo inundes en tus lágrimas por cualquier estupidez que te haya pasado. Me quedaré a dormir contigo si estás sola. Nos dejaremos la ropa y te quedarás con alguna prenda de escaqueo. Yo con alguna (algunas) tuya también. Nos iremos de fiesta y nos dolerán los pies y la mandíbula de bailar y de reirnos. Compartiremos lo bueno y nos desahogaremos de lo malo. Nos cansaremos la una de la otra. Nos separaremos, o no. Y nos volveremos a juntar. O no. Pero eso no importa. Mereció la pena.
Hasta esas amigas que hice una noche en la puerta de algún bar o en algún baño, de dos horas o cinco minutos. Me da igual. Todas habéis sido lo más enriquecedor de mi vida social, del colegio, del instituto, de la calle, de las noches, de la fiesta, del barrio, de la casualidad, de la facultad, del trabajo, de mi vida. Todas. Os llevo en mi risa.