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Detesto a los tibios de vocación y dicen que a la fuerza ahorcan.

Héroes del Silencio

Hoy me ha tocado bailar con la más fea, la más manoseada y la que menos interés –supuestamente- nos genera: la política. Pero vamos a partir de que siempre he creído que “para gustos los colores”; por lo tanto, tomaremos su “fealdad” como una apreciación relativa, fruto de un canon que no tiene por qué ser elevado al estamento de la verdad. Entonces, para mí, resulta un tema excitante, con unas voluptuosidades intelectuales dignas de ser degustadas. Fea y sexy, por qué no. Dos puntos de partida: 1, no me fío de quien no habla de política. Y 2, no me fío de quien dice que “pasa de la política”. Incluso en estos tiempos, como Joaquín Sabina.

Iba a hablar de los líderes políticos de dos mil diecinueve. Del bello narciso que es Pedro Sánchez. Que es un limón. Que es amarillo. Pero finalmente me decantaré por alguno de nosotros y por nuestras tendencias morales. Que son mortales.

Incluso en estos tiempos
Fotografía: Pixabay

Primer arquetipo: “el que no habla de política”. “El que no habla de política” se nos aparece como un ánima con remordimientos. No es que no tenga ideas políticas ni que se desentienda de la política. Es, simplemente, que prefiere conscientemente no entrar en el foro para proteger su imagen. Probablemente se trate de alguien que se avergüenza de sus ideas políticas: alguien de derechas que se mueve en entornos intelectuales y/o de izquierdas. O, al revés, alguien que se avergüenza de las ideas de su entorno social pero no conoce otros ni quiere verse condenado al ostracismo social: alguien de izquierdas en un entorno de derechas. En ambos casos, “el que no habla de política” es un antihéroe de los malos, de los que no generan simpatía. Es, por lo tanto, incapaz de enfrentarse al antagonista, al “intolerante”, o aquel que no respeta otras ideas ni a nadie que piense diferente a él. Por lo tanto, “el que no habla de política” acaba convirtiéndose en un cobarde -qué bonita es esa palabra- que prefiere que “el intolerante” campe a sus anchas para protegerse, ahorrar tiempo o cualquier otro beneficio personal. Actúa igual que las democracias europeas hicieron con Hitler en los años previos a la Segunda Guerra Mundial. Ahora bien. Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra. Hablo aquí de arquetipos completos y entiendo que entendéis que no todo es blanco o negro, que hay momentos y grados de comportarse como “el que no habla de política”. El problema es, como siempre, cuando salimos del “estar” y entramos en el “ser”.

Segundo arquetipo: el que “pasa de la política”. Antes de hablar de este tipo hay que separar la paja del trigo. Hay personas que pasan de la política porque su capacidad, formación o andamios no les permiten entender la importancia de lo público. Y estos son muchos mejores que aquellos que, careciendo de andamios, son infectados con los mensajes de miedo de los medios de comunicación de masas y se convierten en “intolerantes”. Entendamos, pues, a los que “pasan de la política” como aquellos que con su capacidad, formación y andamios deciden conscientemente ignorar lo público. No son, tampoco, los antisistema que no votan y que piensan que otro sistema o la ausencia de uno podrían ser más justos para el ser humano. Son aquellos a los que les da exactamente igual todo lo público.

Estos, amigos míos, los que verdaderamente “pasan de la política”, son el gran triunfo de “la máquina” del capitalismo en su última mutación. Por fin, por fin, consiguieron desconectar a unos individuos de otros, consiguieron romper con todos los lazos afectivos, cooperativos, sociales y familiares para crear al individuo que auto explica su existencia en sí y para sí mismo y que, por regla general, está tan vacío que debe llenarse de consumo. El bien común y la solidaridad han desaparecido para este individuo. ¿Y qué nos queda si la sociedad desaparece? Y no me respondas que la ley de la selva, porque nos estamos fumando hasta los árboles.

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