Ha muerto Juan Carlos Aragón. Un hombre joven, 51 años, esposo, padre, vecino y amigo. La bandera de Cadi cuelga a media asta del balcón del ayuntamiento, después que la corporación declarara día de luto; y su capilla ardiente ocupa el vestíbulo principal del Gran Teatro Falla.
La ciudad entera canturrea sus pasodobles y lloran las almas en el recuerdo de todos esos pasodobles que cantaron de chicos en las calles y plazas de sus barrios, en las casapuertas, en el patio del recreo, en las excursiones, en las barbacoas, en las jaranas nocturnas y en tantas otras reuniones. Cadi llora a uno de sus mejores prohombres de la matria.
Las ruinas romanas, que en mi irreverencia asociaré a La vida de Brian, especialmente en la presentación, incluía un remedo del poema de Mario Benedetti, En el norte los del norte.
Los yesterday fueron su primer premio en el Concurso del Gran Teatro Falla, su letra y su música, y ese mismo año había hecho la música de Los tiburones.
Juan Carlos Aragón comprendió pronto que el Carnaval sigue siendo el ritual contra lo obscuro, contra los malajes que se esconden en las sombras y desde las sombras manejan, o intentan hacerlo, la vida de las personas y se burló del himno escribiendo otro en el que corregía, irreverente, a Blas Infante. No en contra de Blas Infante sino del ácido lisérgico en que a veces se convierte la política institucionalizada. Carnaval como acto político, claro, que brota a borbotones entre risas y sonrisas, siempre burlón. En realidad una fusta contra la indolencia, como la sátira de Dieter Hildebrandt, cabaretista sin igual, también del Sur, del suyo, cuya muerte ocupó cinco columnas de los diarios alemanes más importantes.
“Si yo tuviera el mundo en mis manos…, cambiaría el cartel de los cuarteles de instrucciones, por dios, por la patria y el rey: ¡ponerse condones!”
En Los condenaos toma otro de los elementos centrales del Carnaval, la crítica de las costumbres, para expresar su decepción hacia una nombrada amistad no practicada.
Llegará su primer premio de comparsa con Los ángeles caídos, donde el filósofo Aragón hace un elogio de la locura, asociando al Carnaval, y al de Cadi, uno de los elementos importantes de la fiesta de la palabra: las fiestas de locos medievales. Me han dicho que la locura.
La banda del capitán Veneno, y su pasodoble Caminito del Falla fue uno de sus pecados carnavaleros que todos los carnavaleros del Gran Teatro Falla cometen, aunque quizá con una diferencia: el lirismo y su acento un poco burlón con el que describe cómo vive un carnavalero su llegada al teatro y su espera a que se alce el telón de su catedral.
Las comparsas no han sido, nunca, el objeto de mi dedicación al Carnaval de Cádiz, por razones que precisamente ahora no vienen al caso, y sin embargo es Juan Carlos Aragón, un chirigotero metido a comparsista, el que me congracia con un género de Carnaval demasiadas veces demasiado dulzón, pero al que Aragón le puso su sal y su pimienta, y lo dotó de conciencia crítica política de un modo muy especial e intenso.
Su repertorio es prolijo, amplio y variado, y quien quiera profundizar en él estará bien aconsejado si lee el artículo de Tamara García y Virginia León en el Diario de Cádiz.
Hoy Cadi esta de luto, y en su duelo colectivo muestra que el Carnaval es un elemento fundamental de cohesión social, de integración, de solidaridad. Desde hoy mismo el Carnaval de Cadi ya es mejor de lo que fuera nunca antes gracias al legado rompedor con el que deberemos saber continuar.
Juan Carlos Aragón aportó poesía al Carnaval, pero no la poesía romanticona que tan de costumbre era, y es, sino una contemporánea en la que cabían los palabros de la calle, de l@s chavales, de la vida diaria, y la alta cultura, tan reacia al Carnaval.