Fotografía: Jesús Massó
La directora del Good Siesing Study, la prestigiosa doctora de ascendencia africana Ms. Tomisecwelatayatimen Smith, ya apuntaba en los inicios de su investigación la existencia de siesas en todos los países del mundo. La doctora Smith, aunque centró sus estudios en la siesa gaditana, consideraba que esta era un personaje universal. Si bien el destino hizo que la beca Fullbright la obligara a vivir en Cádiz, siendo inmediatamente capturada por el atardecer en la Caleta, la curiosa idiosincrasia gaditana y algúna que otra sustancia fumada en los bajos del Pópulo. Este cúmulo de circunstancias provocaron que fuera esta Siesa y no otra, el objeto central de una tesis de fin de carrera que desembocó en la creación del departamento para el Estudio de la buena Siesa, en la universidad presbiteriana de Massachusetts.
En el primer y único número de la revista científica Heavys Sciences, por ejemplo, aparece un reportaje a todo color sobre la siesa rusa y su parentesco con el célebre Rasputín, aportando fotos del objeto de estudio en su hábitat cotidiano, ataviada con un traje típico mientras hace un corte de mangas ruso.
Pero no vamos aquí a hacer un repaso por las diversas publicaciones que tratan la nacionalidad siesil. Simplemente nos limitaremos a reproducir las palabras de Smith:
-There are siesas in every damn culture, every damn country and every damn corner of the world, dear.-
La doctora Smith estaba convencida, en una forma que nada tiene que ver con el método científico, de que las siesas están repartidas por el mundo de manera aleatoria, pero sin que haya dos en el mismo lugar. La coincidencia de dos o más siesas en el mismo sitio puede llegar a desencadenar acontecimientos comprometidos que pongan en juego la línea espacio-temporal.
En lo que respecta a la pluralidad de razas siesiles podemos encontrar una variedad enorme de pieles, color de ojos, atuendos y acentos. La siesa típica no tiene una forma concreta, no hay un estereotipo físico. Puede ser gorda o delgada, alta o baja. Le puede dar por teñir su cabellera o llevar rulos, incluso puede cubrir su cabeza con cualquier tocado al uso de la época. No importa el atuendo ni el estilo.
Pero si hay algo común a toda siesa que se precie, es el rictus permanente de moralidad intachable y el inconfundible bigotito labiero que preside triunfal el rostro de la susodicha, recordándole en cada visita al espejo su verdadera naturaleza. Y es que ya puede teñirse con andina, depilarse con cera o ponerse agua oxigenada. El bigotito siempre estará ahí dando cuenta del interior siesil. Como un estigma peludo, rastro añejo del origen simio: la mona siesa, la siesa mona.
Aunque la mona se tiña el bigote,
el bigote se queda en la mona.
De ahí viene esa aversión por el contacto físico, por el achuchón. No es un trauma infantil, ni falta de calidez humana (aunque la siesa suspende en habilidades sociales). Es más bien miedo a dar el cante con un beso pinchoso que delate el bigotillo camuflado. Por eso la siesa da besos con la sién, y es tan brusca en ese beso que más de una vez ha causado conmoción, en toda la plenitud de la palabra, y prefiere dar un apretón de manos (clavando bien los dedos, no en vano es mu siesa) a delatarse con un par de besos a la manera habitual.
Cuenta la leyenda que un día, en la misa de ocho de la iglesia de San Agustín, tuvo el azar- y un crucero proveniente del mediterráneo- la culpa de juntar a dos siesas en el mismo banco. Cuando llegó el momento de darse la paz, ambas se miraron de reojo como intuyendo algo. De aquel apretón de manos con su beso nadie recuerda exactamente cómo fué. Sólo se sabe que escucharon la consabida frase «la paz sea contigo» y que sonó de pronto como un CLAC, como un encajar de goznes legendarios, como un crujir de puertas de dimensiones gigantescas. Entonces se hizo un haz de luz cegador y se abrió una especie de portal místico dimensional allí en medio por donde desaparecieron las siesas al instante.
En palabras de un feligrés anónimo:
-Salió de no sé dónde una luz del carajo y chimpón, se acabó la misa. Tor mundo pa su casa sin comulgá ni ná.-
Unos días más tarde, la Siesa apareció en su casa con lo que parecía un pergamino bajo el brazo y sendas velas de mocos de buena consistencia colgando exultantes nariz abajo .
Tras darse una ducha caliente y abrir una cruzcampo, se sentó en su butaca hecha a culo, cogió la libreta de debajo de la pata de la mesa baja donde reposaba el teléfono fijo y escribió: La verdadera historia de las cuevas de María moco.