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Toda buena Siesa que se precie tiene líneas morales que jamás debe cruzar. Líneas morales que abarcan los distintos sectores de la socialización humana, cuyo centro temático puede limitarse al ocio. El ocio puede a su vez dividirse en distintos ítems entre los que la prestigiosa doctora de ascendencia africana miss Tomisecwelatayatimen Smith dio relevancia de estudio a solo unas pocas: sexo, fiestas típicas, amistades, espionaje vecinal, crítica por diversión y alcohol. Siendo el ocio del alcohol uno de los más importantes por su carácter popular que hace que pueda pasar inadvertido y sea, por lo tanto, socialmente más aceptado.

−Everyone in in debt in Cádiz −comenta miss Smith mientras se toma la quinta caña en cualquier puesto de la plaza al caer la tarde, durante uno de sus habituales periodos de trabajo de campo siesil en la capital, y que viene a ser lo mismo que “En Cádiz bebe todo quisqui”.

Y fue precisamente en uno de esos periodos de estudio, mientras acompañaba a la Siesa en sus paseos nocturnos, cuando surgió tomarse algo en el Café de Levante.

La buena siesa y el alcohol
Fotografía: Rainn Leong

Para aquel entonces, la Siesa ya había aflojado el fuelle de maldad, mostrando cierta apertura emocional y un discurso de abierta crítica a la endogamia gaditana. Pidieron una cerveza e inmediatamente otra, puesto que era noche de levante en calma, y la primera casi no le había dado tiempo ni a posarse sobre la mesa. La Doctora no dudó en pedirse una tercera, y una cuarta y una quinta, tarareando en inglés un estribillo que decía:

Look girl, separated, liberated,
I am happily divorced.
I have a rented flat that is close from here.
Let,s go, let,s go, come on let, go.

La directora del Good Siesin Study estaba dispuesta a darlo todo en una noche calurosa, de un verano atípico de colcha gordita a los pies la cama.

−Have a beer, I am paying! −le dijo a la Siesa mostrando su perfecta hilera de dientes blancos.

−¿Qué dices? Que parece que me vas a morder. A mi háblame normal que no te entiendo −espetó la Siesa

−Sorry, quiero decir que te invito a otra caña −pronunció la doctora miss Tomisecwelatayatimen Smith en un perfecto castellano demostrando sus cinco masters y el porqué del prestigio internacional.

−No puedo. No debo. No me tientes −dijo la Siesa cambiando el semblante. Y es que ahí estaba uno de sus límites. Una de las líneas morales que no había de cruzar: nunca más de dos cervezas. Por supuesto que la doctora preguntó varias veces la razón, a lo que la Siesa se limitaba a responder con un escueto “No quieras saber carapán”.

A las 11 de la noche el calor era el mismo. Los culturetas de distintos sectores gaditanos comenzaban a llenar las terrazas de la calle Rosario. Por aquí y por allí se escuchaban disertaciones de todo tipo: Ayto. vendido, Ayto. cambiado, Ayto. del carajo, le como la puntita al Kichi, gentrificación, Callejón Vivo, Noches de arte dramático, El Albatro, Con la hernia, autopista bici, yo los voté desde el principio, yo primero que tú, mentira, puñetazo en el ojo. Y la Siesa sabía todo.
Sabía que este había firmado eso con aquel, que aquella había vendido el alma para aparecer, que fulanita y menganito eran primos pero se odiaban, que el otro se acostaba con la de atrás pero que en realidad estaba perdidamente enamorado del asesor del alcalde. Su mente estaba al borde del colapso informativo. Los ojos le lloraban y la doctora no paraba de hablar dándole golpecitos en el hombro.

No pudo más.

Se pidió una caña.

Desde la ventana, el perro profeta, a modo de Casandra, ladró advirtiendo, pero ya era tarde y, además, nadie le iba a hacer caso. La Siesa entró en modo fiesta y comenzó a ir de odio en oído contado verdades sin quitarse el sudor del bigote. La gente no la vio venir, no pudo apartarse. Cuando se daban cuenta, ella ya había cogido con fuerza el brazo ajeno y soltaba palabras certeras con mensajes telegráficos de enorme potencia en verdades. Contó todo, absolutamente todo, incluso sus encuentros sexuales con cierto político de aspecto pedante. Le dijo, a quien tenía que decirle, que el director ese de teatro abusaba de su posición en clase con las alumnas, que la concesión aquella se había prorrogado a pesar de las críticas, que el dueño del bar moderno explotaba y extorsionaba como mafia. Contó lo suyo y lo de su prima. Contó tanto que la doctora no pudo anotar las revelaciones más importantes porque ya no le quedaba hueco en su diario de campo. Tanto que la base escalonada de la farola de San Agustín volvió a resurgir de pronto.

Delató a los corre pasillos con cargo, a los contratados por chuparla, a los de los armarios llenos de chaquetas de colores, a los propagandistas artistas que se colocaban en los lugares adecuados.
Les gritó sin pudor a las gentes de las asambleas que eran puro decorado. Les gritó porque ya no podía hablarles al oído. Les habló a gritos porque estaban lejos, huyendo despavoridas y mirándose con desconfianza las unas a las otras.

Ladró el perro de nuevo: Guau guau guau, que en lenguaje perro significa “Os lo dije humanos”.

−Te lo dije −comentó a su vez la Siesa mirando a su compañera de cervezas–, y ahora acompáñame a casa que tengo que llamar a Juan.

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