Toda buena siesa que se precie odia la TV, odia las pantallas y todo lo digital. No es una cuestión de conflicto tecnológico con todo lo que la nueva era nos presenta, tiene más que ver con esa rareza propia que la acompaña desde el primer momento en que rompió en siesa, y que coincidió con el visionado de un famoso concurso de televisión: Un, Dos, Tres.
Mayra Gomez Kemp daba paso a los sufridores en casa cuando aconteció de forma radical el siesismo. La TV pareció girarse sobre sí misma y las paredes se expandieron para luego contraerse hasta que nuestra siesa perdió la noción del espacio y del tiempo. Desde aquel momento dejó de ver la TV, entre otras cosas porque aquella había quedado inutilizada. Y así había sido desde ese momento indeterminado en el tiempo.
Hasta hace un par de semanas, cuando Encarnita la del quinto, la única vecina con la que tenía trato, la llamó desesperada para pedirle que usara sus llaves para entrar en la casa y abrir la puerta de la terraza donde se había quedado encerrada. Eso hizo, cogió las llaves de la vecina, se puso la bata de casa y salió al descansillo sigilosa. Cuando abrió la puerta la golpeó una imagen. Desde la enorme pantalla plana situada justo frente a la puerta, una pareja extravagante vestida de rosa, cantaba. La imagen tiró de ella hacia delante, luego hacia atrás, la arrodilló y la enganchó con su música encajada en los oídos. Cómeme el donu.
Desde la puerta de la terraza Encarnita la del quinto golpeaba histérica diciendo que le abriese, que estaba lloviendo:
“Ábreme que está “lluviendo” decía, pero nuestra Siesa estaba petrificada.
La imagen seguía atrapando – cruel, con música y letras carceleras- la mente de la Siesa, quien repetía incansable “Cómeme el donu, cómeme el donu”.
Las luces empezaron a parpadear, las paredes parecían alejarse y acercarse, el pelo de la Siesa se erizó hasta límites insospechados mientras su cuerpo temblaba, como poseída por el baile, la mirada fija en la pantalla.
Cuando todo parecía un frenético microondas de barrio con un producto alimentario a punto de explotar, la actuación terminó, y la Siesa cerró los ojos. Lloró un poco, porque llevaba unos cinco minutos sin pestañear. Abrió a la vecina Encarnita la del quinto, que estaba pipando y salió rápida de la casa sin atender a reclamos ni dar explicaciones. Bajó las escaleras al trote, cruzó el patio, salió a la calle y empezó a correr, a correr y a correr. Cuando iba por el Palillero grito Cómeme el donu Antonio McDonald, cómeme el donu Jimenez Losdiablos. Siguió corriendo Cuesta de las Calesas arriba berreando Cómeme el donu Hazte oír, cómeme el donu 1% de denuncias falsas, cómeme el donu Con la hernia, cómeme el donu trabajo invisible, cómeme el donu Freud, cómeme el donu Aristóteles, cómeme el donu Rousseau, cómeme el donu Schopenhauer. Cómeme el donuuuu, y la última u se convirtió en un aullido.
Cuando llegó a El Chato ya se había transformado en loba.