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Fotografía: Jesús Massó

Una mala memoria suele ser casi siempre una mala conciencia. Y lo rápido que cambian las cosas de color cuando esa mala memoria es además selectiva. Aquí, en apenas un año, aquella perniciosa y abusiva propaganda, pagada con pasta oficial y que perseguía la anestesia colectiva, ha devenido en un discurso llorón. El PP local recurre ahora al victimismo autocompasivo: “Los políticos (snif) también somos (snif) personas”, declaraba la extinta alcaldesa hace unos días. Y nadie, nadie, se acordó de aquella altanería y chulería de la derecha local que jamás hizo nada por la concordia y por la convivencia democrática, sino todo lo contrario. Ejemplos a puñados de descalificaciones decibélicas, comentarios faltones y malos modos teofilianos. Memoria…

Pero es que ni siquiera se acuerdan los destinatarios, que se tragaron, un día tras otro, aquellas burlas, humillaciones y ofensas. Es curioso porque ha pasado apenas un año y ahora se arriman a sus verdugos de entonces. Qué mala memoria… En fin, todo sea para que se mantenga viva la verdad revelada del gaditanismo: que la clase dominante sea cada vez más dominante.

El resto es lo de siempre, cosas que caen en el olvido mientras se distorsiona la realidad, que se presenta superficial, frívola, elemental, primaria. Algo tan intencionado como poco edificante, pero sirve, sin duda, también para apuntalar a la caspocracia de Cádiz. Una caspocracia franquista.

¿Franquista dices mientras clavas tu pupila en mi pupila azul? ¿Cómo denominar si no a esta derecha gaditana? Dígase lo que se diga se mantiene en los pilares ideológicos del franquismo: ese “ostentóreo” patriotismo mohoso y excluyente, las familias, los apellidos, la rancia catoliquería y un miedo patológico a que algo cambie. Eso sí, cuatro brochazos de falso progresismo, y tal vez un atuendo moderniqui y una bajadita de fachada neoliberal. Pero sólo es preciso escarbar un poco para encontrar la vieja intolerancia, la antigua irracionalidad y aquel integrismo celtibérico que creíamos haber enterrado para siempre.

Con gran potencia mediática, este mensaje ha basado su éxito durante décadas entre sus votantes naturales, claro, pero también entre gran cantidad de personas de estratos culturalmente bajos que, sin saberlo, estaban votando en contra de sus intereses. La ignorancia y la incultura siempre han vivido muy cerca de la sumisión y de la obediencia perruna…

Con todo, más sorprendente ha sido lo del PSOE, un histórico partido de izquierdas que de tanto especular ha devenido en una “izquierda nula”, aculada a las blanduras del neoliberalismo, donde ya sólo quedan viejos militantes aferrados a una ilusión, un romántico trampantojo del ayer, y ciertos centristas -incluso progresistas- en los que ha calado el discurso catastrofista del miedo a los nuevos partidos de izquierda. Y liderado por rojos de derechas, a los que nunca se les exigió ser sinceros, esos que pretendían tomar las instituciones, y lo que han conseguido es tomar café en las instituciones…

Así que no nos engañemos, no traicionemos a la memoria: todo sigue igual. Sigue en pie la lucha contra esa caspocracia para la que cualquier forma de protesta se presenta como algo peligroso, cuando no como delito. Contra esa caspocracia que usa impunemente la distorsión y la mentira pública. Una caspocracia -en la que ha caído el PSOE- que no duda en judicializar la actividad de la oposición, que echa a las fieras del circo mediático-fachoso a todo el que disienta. Esa caspocracia pepeblasiana que amenaza con llevar a los tribunales al que saque los pies del plato. Esa derechona para la que seguridad y estabilidad sólo son argumentos para el expolio, para la que elevados conceptos como paz y libertad, amasados en el estiércol del miedo, legitiman la rapiña.

Así que nada de miedo. Memoria, sólo memoria.

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