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Tengo la cuna vacía y la mente preñada de coplas, el parto que se resiste y yo, con el alma en la boca por todo lo que no te dije. Tengo las manos llenas de borrones de tinta desaprovechada, goteando cada mañana y manchando todo lo que toco, en una irrazonable intentona de llenar el vacío de las letras que ahora nada escriben.

Y con las manos amordazadas, comienza la eterna batalla que se desata por estas tierras en febrero. Se alzó la bandera blanca y tiene pinta de ondear por mucho tiempo. Y yo, que había sacado mis mejores pinturas para la próxima cruzada y ya tenía pensada las trenzas que iba a lucir, me tengo que conformar con recogerme la melena en un mustio roete que me desluce la cara.

La cuna vacia
Fotografía: Mabel Amber en Pixabay

No hay trenzas que hilar ni ovillos de palabras, no hay tambores de guerra esta vez. Y en este cortocircuito que nos habita y nos mantiene a punto de dar un salto del sofá, como cuando tu equipo va a marcar un gol pero falla en el último instante, con esas mismas ganas, aceptamos pulpo como animal de compañía, aceptamos esa bombillita que nos pone las largas de vez en cuando regalándonos un rayo de luz, que se cuela a través de las redes, en los ojos de las gentes que levantan la voz y con una copla, te devuelven las ganas, te reponen la esperanza, la nostalgia y un poquito de humor, que buena falta nos hace.

Pero aunque la bombillita alumbre, lo hace tenuemente, a esa bombilla le falta la lumbre de un buen ensayo de los que te vas para casa convencido y con ganas de más y también la de uno de esos en los que piensas ¡así no llegamos! Las tardes de choca esos cinco ¡somos los mejores! con su sonrisita nerviosa, de que poquito queda. Le falta un ensayo familiar, el mejor y más caluroso abrazo. Le falta la última quedada, la del disfraz y el corazón en un puño. Le falta la piña y la intimidad innegociable de grupo que se forma en los últimos momentos, el sudor frio de los minutos antes y el subidón de justo después. La sorpresa y el ego cebado.

Y lo más importante, por mucho que la bombilla alumbre, faltará la gran batalla final, esa en la que bajas del altillo la maleta de los disfraces y te pones el de libre y el de rico. Esa batalla, la de dormir dos horas y no saber si vienes o vas, la del vaso colgado al cuello y la pintura incrustada al cachete. La del codo con codo de coplas al por mayor y de saldo en todas las esquinas. La del martillo chirriador y el plumero de colores. La de los papelillos sudados por todo el cuerpo.

Esta vez los papelillos serán de los que aparecen en el canapé de un año para otro, serán de esos que vienen en un sorbo de vino y se te atragantan, ustedes me entienden. La gran batalla de la calle no nos la devuelve nadie.

Cádiz, cuna del cuplé enchampelao, de la canción sin medidas, tú que presumes de ironía, cuantas manos te mecieran y tú con la cuna vacía.

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