Muchas son las veces que oí decir que no hay nada peor que una mala mujer.
La mala mujer se pinta los labios con un buen sorbo de vino tinto, se quita la chupa, se acomoda el escote y se pide otra copa sin sentirse observada. No se parar a pensar que en la mesa de enfrente hay otra mujer que la está juzgando.
Esta segunda mujer se encuentra rodeada por sus hijos y mientras pide a unos que
se comporte en la mesa se saca un pecho para dar de comer a otro, sin pararse a pensar que desde la otra esquina del local hay una tercera mujer que la señala incomoda, porque le parece obsceno enseñar las tetas y así nos encontramos día tras día, minuto tras minuto en un círculo burlesco para con nosotras mismas y por nosotras mismas.
Y es que la mala mujer no es más que aquella que se nos escapa a nuestra manera de entender la compostura. Los valores con los que crecimos sean los que sean, adecuados o no, están por encima de lo que la actualidad nos ofrece y dejamos a un lado la libertad que en realidad envidiamos y por la que otras llevan tanto tiempo luchando.
Nos gusta la idea de poder ser quienes en verdad queremos ser pero nuestra cultura nos lo impide y así, nos colocamos nosotras mismas la soga más dura, la que nos reprime y nos mantiene sumisas, la que nos prohíbe disfrutar de nuestra autonomía en todos y cada uno de sus vértices.
Es la misma soga la que nos impide unirnos la mayoría de las veces, ya que si no tuviésemos las manos ocupadas intentando librarnos de ella podríamos
unirlas para alzarlas contra lo que nos está intentando anular. Si la soga no nos mutilará nuestra voz podríamos gritar al unísono y mucho más fuerte: ¡Basta ya!
Basta ya de tener que demostrar a cada paso que sabemos caminar, basta ya de tener que luchar todos los días por el valor de cada cosa que conseguimos, basta ya de tener que recordar lo vale una vida.
Y al llegar cansada del trabajo… te espera la casa,
te esperan los niños, el médico de uno y la profesor de la otra,
los baños, el perro, la lista de la compra,
la ropa, el puchero, los cientos de facturas, la calculadora,
las noches de llantos, los miles de quebrantos,
la luz que te cortan, te inventas un cuento y ellos ni lo notan.
Y a veces tan sola que ahora a quien cuento lo que aprieta esta soga,
La mala mujer eres tú, somos todas.

