Nunca mueres porque eres eterno,
vives del aliento y vas de boca en boca, polizón oculto,
que es la voz de un pueblo en forma de copla.
José Aranda
En esta ciudad de escaleras de pucheros, la copla es signo, es tiempo, es gente. La copla es pan de pueblo, es escama, es red, es agua y es vino. La copla en esta ciudad-lazarillo es hoguera, es ropa tendía, señal y arruga de las gentes, huella y presagio, verdad. La Copla es cuchillo y es caricia pero, sobre todas las cosas, es tiempo, nuestro tiempo, el tiempo de cada de uno de nuestros antepasados. Fósil vivo.
La ciudad está de fiesta. Miradla, está borracha de sus gentes, borrachas de otras gentes que no son suyas, borracha de los miles de febreros que amontona en su cintura de madre milenaria y de hija más milenaria todavía. La ciudad está borracha y ronca porque es el tiempo de sus coplas.
La copla, su única sangre. Sangre que recorre, pareciera que desde siempre, cada rincón de sus ancianas casapuertas, retumba en cada adoquín que pisamos y nos tiembla en las noches de pasacalles. La copla nuestra, roja verdad de siglos, se derrama por las gargantas de las gentes como si bebiéramos un poderoso vino de identidad. Vino hecho canción de pueblo que nos dice quiénes somos. Bebemos de las coplas sin dueño y sin querer las hacemos nuestras. Las coplas, en definitiva, son retales de tiempos que nos significan. La memoria del pueblo.
Y digo “nos define” porque da sentido a nuestra fiesta, decimos Carnaval porque decimos Copla pero la cosa no se queda en el Carnaval. Voy más allá: me atrevería a decir que la copla además de definirnos como pueblo que canta y bebe y baila y ríe y llora por las esquinas regadas de miseria y coloretes, además de todo eso, la copla en sí misma es la bandera más libertaria e inclusiva que podría tener una ciudad, el mejor estandarte de una historia, de mil historia, de tres mil historias diferentes en tres mil tiempos distintos.
En estos tiempos en los que tan viva tenemos algunas banderas, algunas ideologías, algunos gritos de guerra, alguna patria que otra. En estos tiempos en los que vivimos con tantas verdades absolutas, tanto blanco y tanto negro, tanto simbolismo de pacotilla, tanto francotirador en paro y con alzhéimer, tanta represión encendida y tanta libertad mutilada. En estos tiempo de lucha y de cadenas, deberíamos sentir más que nunca la copla de carnaval como arma y milagro, y protegerla y sacarla a los balcones y gritarla, porque en la copla se encierran todas las ideologías del mundo, todas las banderas del mundo, todas las patrias del mundo y todas las madres que nos parió del mundo.
¡No sabemos lo que tenemos!
Hablamos de patria, hablamos de la no patria, hablamos de banderas y de quitar las banderas, pero nadie en esta ciudad que se suelta la melena cuando le da la gana se para a pensar lo importante que es lo que tenemos, lo que hacemos, nuestro sentir y hacer, la libertad en la copla.
Lo que el pueblo cante que lo defienda el propio pueblo y que no lo descante nadie. No se puede lindar lo que no conoce fronteras, lo que no se acaba nunca y eso es la copla, nuestra herencia, nuestro estar y ser. Nuestro tiempo y nuestra libertad.
Lo que el pueblo canta para el pueblo será canción, será verdad y punto.