Hay apelaciones a las que la izquierda sigue acudiendo como un continuo mantra pero que hoy no sirven mas que para la autocomplaciencia y para no ver los errores cometidos. Algunas de ellas son: “Trabajamos para la mayoría social”, “ Representamos al pueblo” ,“…a la clase obrera”, “…a los trabajadores”, “…somos la Vanguardia” etc… y así continúan; sin darse cuenta que eso es algo que pudo ser cierto en el siglo XIX o principios del XX, cuando la industria creaba un fuerte vinculo entre trabajadores y trabajadoras que a su vez implicaba una conciencia de clase arraigada.
En el siglo XXI el mundo es muy diferente. El trabajo precario, la inestabilidad laboral y sectores con pocos trabajadores a cargo de una empresa han creado un sistema individualista de competitividad que ha dinamitado la solidaridad y la conciencia para mayor beneficio del capitalismo. Los márgenes son estrechos, pero nos empeñamos en jugar dentro de esos márgenes que, por cierto, nos han sido impuestos para coartar la capacidad de plantear un cambio real. Hoy nos conformamos con jugar en el campo de la derecha, en su espacio, reivindicando nuestra capacidad de gestión del capital; y claro, al final viene la derrota y la inevitable preguntá: ¿por qué ha pasado?
La mayoría social piensa que un país que va bien es uno en el que el crecimiento es alto y que, por lo tanto, reducir el gasto es necesario. Estas dos premisas están tan asimiladas por la derecha que hacemos exactamente lo mismo. No se plantea que no existe el crecimiento sostenible, que todo lo que sea continuar la expansión económica significa la mutilación del planeta por culpa de una producción desproporcionada e innecesaria que nos aboca irremediablemente al colapso.
Solo se puede crecer a costa de la precariedad laboral, no se puede sostener los beneficios empresariales en bolsa y el reparto equitativo de la riqueza, no, no se puede. No se puede plantear que reducir el gasto es necesario cuando estamos en una situación social límite, cuando cada día crece la exclusión social. Hay que reordenar, priorizar, pero no reducir. Si te vendes como un buen gestor porque reduces el gasto, estás lanzando el mismo discurso que los neoliberales que quieren acabar con lo público porque es un gasto innecesario e ineficaz.
La mayoría social piensa que estar empleado es algo positivo y que es el empresario quien crea riqueza gracias a la inversión de su capital. Esta es otra victoria cultural del capitalismo que solo una minoría está dispuesta a discutir. Cuántas veces hemos oído: “no habría desigualdad social si el paro fuese cero” Pues sí, sí la habría porque siempre existirían quienes se quedan con la plusvalía generada por la mano de obra y quienes recibirían una mísera parte del beneficio generado. En cuanto a que es el empresario el que crea la riqueza, es fácil de desmontar. El empresario solo tiene dinero, no tiene capacidad de crear ningún producto por si mismo; por lo tanto, es el trabajador el que convierte ese dinero en material productivo. El dinero no se come, ni se lee, ni se escucha y no tiene mas valor que el que le da el juego especulativo. Santificar el empleo es otra muestra de jugar en su campo, con sus reglas, y dentro de sus márgenes. Otra derrota sin paliativos.
La vivienda no es un derecho inalienable, es un derecho por el que mas o menos tienes que pagar, si no te pueden desahuciar, ajustar los plazos de tu deuda o que una institución pague parte al privado; alguien tiene que pagar porque, como todo derecho, lo tienes previo pago. Casi nadie lo discute.
Podríamos escribir un libro con los ejemplos que llevan a la homogeneidad del discurso de la mayoría social por parte de la derecha. Si no defendemos que los derechos ni se compran ni se venden, sino que se tienen. Si no defendemos la autorganización, la cogestión y la cooperativa de economía social como manera alternativa a la globalización, si aplaudimos cuando llega inversión –aún a sabiendas de que conlleva la precarización de la mano de obra- si nos da igual que el empleo traiga un empeoramiento del medio ambiente, de la calidad de vida o, en última instancia, la muerte de cientos de personas -olvidando nuestra visión internacionalista- si al final nos mantenemos con un discurso diferente en matices pero idéntico en lo general, cada día que pase se habrá avanzado en perder la batalla cultural. Por esto, a día de hoy, la mayoría social es liberal, capitalista, conservadora, y de derechas. Y tenemos mucha culpa de ello.
Fotografía: Juan María Rodríguez