Algo falla cuando la ciudad percibe a su universidad como la Junta de Cofradías o como la Oficina de Atención al Ciudadano. O falla la ciudad o falla la universidad.
Cierto es que a la institución siempre se le atribuyó un papel excesivo que la hacía propensa a descarrilar en la decepción. Por otro lado, aquel majarón genial de Nietzsche se burlaba de eso mismo: “Nada revolucionario puede salir de la universidad”.
Ni tanto ni tan calvo. Pero la ilusión de aquellos inicios apenas consistía en soñar una universidad de provincias que tirara del carro de la ciudad. De su cultura, de su capacidad de innovar, de su progreso… Y resulta que a la vuelta de los años, es la ciudad la que tira de su universidad. No era esto lo esperado.
Esperaba una universidad alejada de los vicios locales, que lo peor del localismo no encontrara acomodo entre los pomposos ropones académicos. También esperaba que el mundo académico gaditano no se centrara en apolillados homenajes, en prescindibles condecoraciones o en el engolado ceremonial. Esperaba que su producción trascendiera a la ciudadanía evitando la autocomplacencia y el consumo interno.
Tal vez esperaba demasiado y ahora veo la desproporción entre las intenciones y los resultados, con el triste convencimiento de que nuestra, porque es nuestra, universidad es una cerveza sin gas, sin el gas de su potencial transformador.
No pongo en duda la existencia de muchos miembros de la universidad animados por puros intereses intelectuales, por el pensamiento libre, la fe en el conocimiento y en su divulgación. Lo sé perfectamente. Pero también sé que estos impulsos quedan sometidos a las certidumbres celestiales y otros preceptos canónicos, que imprimen a la docta institución gaditana sus más conspicuos miembros, esos que sustituyen el avance científico por la hojita parroquial y el verdadero compromiso social por cierto folklorismo primario.
No, no quiero que la universidad, nuestra universidad, muera de muerte provinciana, esa cuyo cuadro clínico se resume en mediocridad tediosa, ritual, pudibunda y burocrática.
¿Cuándo se jodió la universidad de Cádiz? Lo ignoro, pero todos los cambios, esperadísimos, siempre fueron lampedusianos.
Todo continuará igual, y cuando en Cádiz se quiera dar tono a un jurado de algo, para elegir un cartel o dar un premio de coplas, se seguirá poniendo a un miembro de la universidad, que eso queda muy cultural. Así es Cádiz…
Ni siquiera es frivolidad, pero ello hace que se acabe por mirar a la universidad como un mueble viejo de época, convirtiéndola además en su propia víctima. Y es una verdadera lástima.
Fotografía: Jesús Massó