Más que tecnología necesitamos perspicacia. Internet nunca nos enseñará a leer entre líneas, a encontrar la perspectiva oculta, a relacionar realidades entre marañas de datos y en el efecto de la infoxicación que es tan potente que actúa como censura.
A pesar del discurso de la transparencia, las filtraciones logran el efecto deseado, en el juego de lo visible y lo oculto. Los papeles de Panamá dicen más por lo que callan que por lo que cuentan. Dicen que sólo tenemos acceso a una mínima parte de la información, que hace falta mucho conocimiento del mundo digital para encontrar datos indexados y aparentemente al alcance de la mano, y que da igual que estén ahí porque no llegamos a ellos. Nos dicen que incluso una empresa líder mundial en ocultar dinero e identidades como Mossack Fonseca es tan descuidada como para que su información más sensible sea vulnerable. Y esto, claro está, abre la posibilidad de que las cosas no sean lo que parecen. Nos dicen que sólo se ha hecho pública una mínima parte de más de once millones de documentos, una selección que deja claros los beneficios de quienes no resultan atacados.
De nuevo se intuye una maniobra desestabilizadora, similar a la que acompañó a las revelaciones de Wikileaks —justo dos semanas antes del estallido de la Primavera árabe y de su oleada de turbulencias—. En el mundo de la transparencia, las revelaciones sirven todavía a intereses oscuros.
La información de los papeles de Panamá, obtenidos por un reportero del periódico alemán Süddeutsche Zeitung, ha sido gestionada por el International Consortium of Investigative Journalists, que depende del Center for Public Integrity, una fundación financiada por los Rockefeller y por la Ford Foundation, así como por la Open Society Foundations, en la que participa George Soros, conocido por su papel desestabilizador en la transición de Polonia o Georgia.
Con la publicación de nombres famosos de todos los ámbitos y de diferentes países se desvía la atención pública del hecho de que en las listas no aparecen casos de Alemania ni de Estados Unidos, dos países que necesitan competir por los fondos gestionados en Panamá. Estados Unidos ya dejó claro que no cumplirá las normas de transparencia impuestas por la OCDE, aunque necesita recuperar su pérdida de influencia de los últimos años.
Los buscadores en Internet muestran los itinerarios a seguir a través de los datos que quieren ser visibles. Pero por debajo de ellos, en la Deep Web o Internet profunda, se encuentra más del setenta por ciento de la información, y no hay interés por indexarla ni por controlarla. De hecho, hasta hace muy poco no ha comenzado la investigación por parte de la DARPA (Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa de Estados Unidos) para relacionar los datos con sus conexiones, con la información de vídeos e imágenes, con sus vínculos con personas y lugares.
Por la Deep Web navegan a toda máquina criminales, extorsionadores, traficantes de droga, de órganos y de vida o pornografía, pero el desarrollo tecnológico no avanza al mismo ritmo. El mundo oculto y anormal se mantiene intacto para quien ni domina ni tiene alfabetización mediática y digital. Pasa desapercibido, vive a la sombra de la transparencia.
Fotografía: Jesús Massó