Fotografía: Jesús Massó
La realidad y el deseo rara vez se miran a la cara. Saben de sobras que lo que una quiere, la otra no puede –no tampoco quiere, quién sabe-, aunque también saben que la una se alimenta de la otra, y por eso caminan cogidas de la mano pero sin cruzar la mirada. Hay veces que se ceden el paso, tan educadas las dos; otras, sin embargo, se ponen zancadillas –palos en las ruedas, se dice ahora- y se impiden el paso la una a la otra, tan tremendas las dos.
Hacer de Cádiz una ciudad peatonal, donde los vecinos y vecinas dialoguen con su entorno sin malos humos, sin ruidos y sin la servidumbre de un tráfico intenso, pesado y molesto, es el deseo. Un deseo que nos acompaña desde hace tiempo, además. Sobra decir lo de las dimensiones de la ciudad, sobra decir lo de la estrechez de las calles y sobra decir lo de la vida saludable, porque el proceso de peatonalización de las ciudades va mucho más allá.
Nos vendieron que el progreso venía sobre ruedas y nos lo creímos. Los ciudadanos cedimos nuestro espacio a los coches y les dejamos los mejores sitios para instalarse. La ocupación fue total, y perdimos la batalla. Pero no las ganas.
El deseo sigue intacto. Recuperar las calles, las plazas, recuperar el espacio que nos arrebató la realidad no es una tarea fácil, pero tampoco imposible. Iniciativas como las de nuestro Ayuntamiento, con el apoyo de la Asociación Gaditana de Peatones “La Zancada” y Plan C entre otros, no son una utopía y vuelven a poner a las personas en el centro de las ciudades. Queremos una ciudad diseñada a la medida de las personas y no personas limitadas por la presencia de aparcamientos y de tráfico.
La realidad, por su parte, no se queda cruzada de brazos. Ya se vio en el proceso participativo abierto por el Ayuntamiento para la peatonalización de la plaza de España. Vecinos del entorno mostraban sus dudas sobre el deseo. Los accesos a los garajes, las molestias que otros usos de la plaza pudieran ocasionar, fueron algunos de los problemas que se pusieron encima de la mesa.
Porque lo interesante es encontrar el equilibrio entre la realidad y el deseo. La plaza de España no ha sido nunca –quizá sí, pero en un tiempo del que ni siquiera nos acordamos, aunque tuvo incluso toboganes y columpios- lugar de ocio y esparcimiento de la ciudad; ni siquiera para los propios vecinos. Es, como dicen, una plaza “de paso”, de paso para los colegios, de paso para el muelle, de paso para coger el autobús…
La iniciativa de peatonizarla bien serviría para darle vida. Vida más allá de San Francisco, o Candelaria, o Mina, recuperadas desde hace mucho para las personas. Darle una nueva oportunidad a lo que debería ser el recibidor de nuestra casa.
El deseo mira con malos ojos a la realidad. Pero la realidad sabe que, más pronto que tarde, tendrá que cederle el paso al peatón. No es tiempo de pisar el acelerador, pero tampoco de dejar aparcados nuestros sueños, contaminados de tanto humo. Ladran… luego caminamos.