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Antes no podías enamorarte y posteriormente emparejarte con un cebollino, algo que ha sucedido con total impunidad a lo largo y ancho de los siglos. Ahora la cosa ha cambiado: con la aparición de los nuevos géneros e identidades sexuales, que aguardaban ahí ocultos en nuestra psique a que los superdotados de turno los descubrieran, cualquier cosa es posible. Eso es lo que significa la “+” que se coloca detrás de todos los vagones que conforman el interminable tren de las siglas identitarias. Yo lo veo como una especie de “por si acaso”, así en plan “si mañana me enamoro de una milhoja incorporo ese sentimiento rápidamente a la lucha”.

Menos mal que tenemos a esos luchadores, luchadoras, luchadoros, luchadoris y luchadurus (+) para defender a nuestra sociedad de esas tropelías que atentan contra nuestra dignidad como seres humanos, humanas, humanes, humanis y humunus (+). ¿Qué sería de esta cultura sin ellos, ellas, elles, ellos y ellus (+)? Nada. Seríamos como un pollo, polla, polli, polle o pollu (+) sin cabeza, deambulando por la historia sin tener ni idea del devenir de la misma. Afortunadamente, contamos con la estirpe de Flanders para guiar nuestro vagar sin rumbo por los siglos.

La sabiduria de occidente
Fotografía: Pezibear de Pixabay

Porque lo realmente importante es tener el derecho de ser un unicornio, o a ser madre a pesar de no tener matriz en la que gestar una nueva vida, o a ser guapo aunque seas más feo que Trump recién levantado, o la oportunidad de inventar tu propia identidad sexual a la carta según te vaya bien ese día, o a negar esa historia que está llena de hechos desagradables y salvajes que deben ser enterrados para que no ofendan a esta sensibilidad tan angustiosa que nos ha traído el siglo XXI. No es necesario preocuparse por otras minucias como el avance de la bestia que ha renacido en todos los estados, ávida de sangre… No, ni por la ola de incultura que está arrasando a nuestra juventud, ni por la gente que muere en países y naciones que son tan ordinarios que ni siquiera tienen en consideración la ideología de género. Qué cosa más soez…

En serio, no nos damos cuenta, pero la sociedad occidental es un niño pijo y caprichoso que, de repente, se ha dado cuenta de que más allá de ese jardín ideal en el que vive, hay monstruos que matan sin piedad. Que en las redes se viertan tantas gilipolleces sobre las ofensas, las identidades de género y las conspiraciones gatesianas es sólo un síntoma de lo realmente perdida que está. Estos problemas lo son sólo para la gente rica y pudiente, en la mayoría de las regiones de este planeta las personas pasan hambre y sed, sucumben a enfermedades más horrendas que el puto COVID, ven cómo los niños se convierten en soldados y las niñas en sus víctimas, ven morir a sus hijos, cada día es una batalla que tienen que ganar si desean poder cerrar los ojos y descansar un par de horas… Y luego van nuestros instagramers e influencers, el epítome de la idiocracia más absurda, a hacerse fotos con ellos para que nos nos sintamos culpables, para que podamos limpiar nuestro mal karma dando un like a la publicación de una gilipollas multioperada…

Por eso es importante llegar hasta el final si te enamoras de un cebollino. Es como, en plan, estar en la lucha, ¿sabes? En plan, que nos preocupamos por los salvajes de las reservas, ¿ves? ¿Me sigues? En plan, que todo el mundo tiene derecho a ser binario plus, pero con un giro queer para que los trans no crean que son lesbianas sino trans, ¿me sigues? Es todo muy complicado si no te implicas, ¿eh? Para pelear tienes que tener claro, en plan, que si no sabes a qué te estás refiriendo, pues, ¿me sigues? En plan que hay plan.

O algo así.

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