Hace no mucho escuché decir “Las personas se miden por la soledad que soportan”. Hoy preferiría saber que las personas habrían de medirse por la compañía de desatan.
No sólo somos generación de vivir peor que nuestros padres en lo relativo a situación económica, de derechos y de bienestares. Se nos ha devaluado la vida en todos sus ámbitos. También en el de la compañía. Nuestra crisis comienza a ser inabarcable.
Puede parecer una tontería, pero me preocupa que las vecindades no sean ya de saber que el azúcar o la sal de las personas de la vivienda contigua, son también nuestras. Y por estas cosas vivo asustada. Me aterra tener que pensar que el mejor de los aprendizajes es asumir que estamos solos. Porque asumir no es aprendizaje, es conformismo. Eso de que hemos de aprender nuestra individualidad por encima de todo es conformarnos con la soledad. Se nos ha convencido de que no necesitar de nadie es la mayor liberación que debemos aceptar y eso me da escalofrío. Porque creo que al final, la soledad tergiversa. Porque sólo mira con un ojo y esquiva el horizonte y el panorama. Se nos ha engañado con esto. Y lo hemos asumido con un velo de independencia imprescindible. Con desconfianza y sin entrega. Con modales de la economía del egoísmo, de acumulación y beneficio de una sola persona. Hasta llegar al punto en que no sabemos organizarnos para exigir la mejora del estado de las cosas. Porque eso es lo más preocupante. El rendirnos ante esta exigencia de ser uno, ha conseguido que olvidemos cómo se cuida lo común. Y a partir de ahí nos han ganado por creer que alcanzar la soledad era la mejor forma de sostenernos.
Y el inevitable monstruo de la contradicción se crece, porque realmente no podemos estar en soledad. Pero se nos insiste en que es la única opción y esa contradicción no se supera para bien. Y de ahí surge hasta vergüenza porque ¡ay del empeño retrógrado y pueblerino de la que intente zafarse de esta modernidad de soledades!
Puedo decirlo. No quiero estar sola. Pero puede que ustedes entiendan por ello que soy una persona incapaz. Hasta ahí el engaño.
Hasta los poetas se equivocaron con esta apología. La soledad no hace libre. Y sí que engaña. Ya lo he dicho antes, sólo mira con un ojo. Soledad no es ese aislamiento mínimo de búsqueda de inspiración. Eso es tiempo de trabajo intelectual. Tampoco es salir a pasear o viajar sin nadie, allá donde se vaya se encontrará a alguien. Soledad está siendo darle la razón a este puto mundo con sus putas formas. Y yo no quiero. Yo quiero entrega de amistades de más allá de la sangre, de amores de los de carne y de cualquiera otros dilatados en el tiempo o no y forjados de confianza. De compañeros y compañeras de trabajo buscando un mismo objetivo. De dejar unas llaves de mi casa en casa de la vecina por si se extravían estas que tengo. De cuidar de los niños de otra, o de sus mascotas, o de sus flores y de que cuiden las mías. Quiero poder fiarme y que se fíen de mí.En soledad se nace, pues aunque nazcamos a miles de la misma madre siempre acabamos siendo solo una. Estar sola no es la excepción que hay que asumir. Tener compañía es la obligación que hemos de trabajar. El miedo a la soledad se tornó miedo a la compañía. Y en este punto, lo que necesitamos y casi lo único que al final va a poder salvarnos, es el aprender a estar acompañados.