Sabía que algún día pasaría. Siempre notó su estar casi sin querer estar, su continua desgana y desacuerdo. Pero cuando su sombra comenzó, un mediodía de agosto, a alejarse reptando entre aceras y paredes sintió como si el sol le arrancara una parte de la piel y del alma. Desde entonces, la busca entre los huecos de las multitudes revisando el suelo y a veces cree verla pasar también solitaria y le pide perdón y la llama. La última vez, cuando estaba a punto de pisarla, un nimbo inoportuno tapó el sol y la esfumó. Cuando la nube viajera pasó, comprobó que su sombra corría y reía a lo lejos.
Texto: Juan Rincón
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