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Calleja post
Fotografía: Pablo Martínez-Calleja

Se han revuelto los fantasmas, tantos. Todos estaban colgados en sus perchas de sus armarios y se han revuelto. Herbert Grönemeyer lo ha visto y lo ha identificado inmediatamente, de ahí su disco “Tumult”, naturalmente “Tumulto”, palabra que en estos días significa en España lo innombrable. Pero en la España con menos Ilustración lo innombrable son muchas cosas, muchísimas; demasiadas. El disco de Grönemeyer es un compendio, un prontuario, de gritos y actos contra la barbarie de la extrema derecha, y de la uniformidad y de la incomprensión y del dominio del otr@, que se resume en sus versos: “kein Millimeter nach Rechts (ni un milímetro hacia la derecha)”.

Tendemos a vivir en una suerte de cuento infantil donde todo resultaría maravilloso y cuando no lo hace, que son muchísimas veces, miramos en rededor para encontrar a alguien más débil que pague porque nosotros quedemos sostenidos. “El malestar en la cultura” sigue siendo el gran problema evitado. Y evitado porque ser conscientes de nuestro malestar nos llevaría a abandonar el sofá, los chatos y las series de televisión.

En realidad intentamos averiguar qué nos ocurre y por qué, pero no nos enseñaron a pesar, a ordenar pensamientos, a diferenciar. Cuando intuimos que tendríamos que hacer algo nos da pereza y lo dejamos con una de esas frases-lugar-común: “es lo que hay”.

Menos aún, no nos enseñaron a aceptar que descubrir la verdad nos pone en peligro de ser identificados como díscolos, ajenos al catecismo mayoritario: fuera del punto de normalidad, de la línea de normalidad, de la región de normalidad, ¡bendito Gauss…! ¿Quién es el guapo que quiere ser situado en las colas de la marginalidad? Así que la consigna es uniformizarse, hacerse mimétic@, pasar inadvertido: no ser desafecto al régimen cultural franquista todavía demasiado presente.

Los chistes son uno de esos instrumentos dobles. Por un lado ofrecen la sensación de Poder al que los cuenta, que en el momento en que los cuenta le hacen sentir en el punto mismo de la normalidad y rescatarse de su falta de normalidad con su declaración de pertenencia al grupo normal. Desde el chiste nos encumbramos a esa posición que anhelamos en la sociedad de príncipes, de todo pelaje, a la que aspiramos no dejar de pertenecer. Y en eso va y aparece Campofrío, con una propuesta más que tentadora, al menos en esta sociedad de urgencias y graves carencias en la comprensión lectora, donde cada uno se agarra a la parte del discurso que le dé la razón sin escucharlo completo.

La frase final, precisamente, es la que nos da la clave de lo dicho hasta ahora: “Que nada ni nadie nos quite nuestra manera de disfrutar la vida”. Una frase que lo mismo vale para un roto que para un descosido. Pero que apela a valores peligrosos de uniformidad/normalidad vs. pluralidad/diversidad/democracia.

“Nuestra manera” apela al concepto de cultura nacional, atomizadora, en la que todos los que lo escucháramos nos sintiéramos identificados. ¿Tenemos una manera, todos los españoles, ahora sin pertenecías estatales o regionales? No, no la tenemos. Por suerte en los últimos años, el franquismo como elemento de cultura nacional, y aglutinador, se ha ido resquebrajando, y ha surgido una diversidad silvestre, discreta, minoritaria, pero que avanza como un magma y veremos hasta dónde llega.

No, Campofrío, los chistes feministas no salen más caros que los de contra la monarquía. A diferencia del Carnavá de Cadi, los chistes, elementos de todo Carnaval, sí van por precios, eso es cierto. Pero hay que decir, además, que los chistes son un elemento demasiado elemental, primario, tosco; en parte primitivo, precisamente primitivo porque el chiste sigue asentado, mayoritariamente, en su ser un instrumento contra la diferencia, reírse a su costa y denigrar al débil. Y sin embargo, yo que me he educado en el Humor nada menos que en Cadi, digo y hago lo que los gaditanos: “Vamos a escuchar”. Y si lo que escucho no me gusta, me doy media vuelta, me cojo el montante y me largo. Y ahí se queda, sin mí como público, el que diga lo que yo no quiera escuchar.

No creo en la censura y en absoluto la propongo. Propongo, simplemente, una reflexión sobre lo que hacemos y cómo lo hacemos. Nuestra manera de disfrutar la vida ha venido cambiando, constantemente, desde hace tiempo. Se le atribuye a Bernard Show una frase interesante: “La tradición es una linterna: el estúpido se aferra a ella, el inteligente alumbra el camino [para seguir adelante]”.

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