La definición más breve, cínica y ajustada que se hizo en el siglo XX sobre la clase política en general salió de la boca pecadora de Archibaldo Leach, un agraciado joven británico que llegó a Hollywood como un huracán sexual de 27 años y se convirtió en el actor mejor pagado de su tiempo bajo el seudónimo de Cary Grant. En su madurez, preguntado sobre la opinión que le merecían los políticos de entonces, respondió: Es fácil: creo que todos ellos son malos actores.
Tragedia, drama o comedia, lo cierto es que la política se escenifica. Veamos si no a los dos líderes de las Coreas, saliendo cada uno por su foro del escenario y acercándose para estrecharse la mano sobre la línea fronteriza. Ya me dirán qué coño es eso más que un ridículo espectáculo apto para niños de primaria: Pepito el bueno y Manolito el malo se hacen amiguitos. Sin embargo, el problema está detrás de Pepito y Manolito, porque si ellos son malos actores resulta que el profe de teatro es todavía peor.
En el espectáculo de la corrupción, la escenografía siempre es patética y aburrida. Recordemos a Cifuentes: no me voy, me quedo; chincha, rabia. Media docena de lugares comunes sirven para todo: mi conciencia está tranquila; acoso y derribo; todo es mentira menos alguna cosa; metí la pata pero no la mano; pues anda que tú. Si hubiera otras alternativas nadie presenciaría un espectáculo tan deprimente, manido y previsible, pues lo cierto es que el nivel de nuestros líderes políticos no puede caer más bajo sin cavar un hoyo. La cosa aún podía funcionar cuando estaban allí Churchill, Kennedy o Gorbachov, grandes actores shakespearianos. Pero no con May, Trump o Putin, que son de función de fin de curso.
¿Entonces? Entonces pensemos en los mamporreros mediáticos, los gangsters del marketing, y concluyamos que sin la cadena Fox, Trump no estaría ahí. Ni Putin sin la Rossiya 1. Con otra TVE, Rajoy tampoco estaría ahí. Sin su alucinante KCTV, Kim Jong-un andaría apaleando basura en los suburbios de Pionyang. Hasta Adolfo Hitler habría conquistado el mundo si hubiese tenido cualquier clase de TV manejada por el doctor Goebbels. Hay que reconocerlo, compañeros: la democracia representativa murió en algún momento a manos de los medios controlados por el poder económico que impone su política. Así que hay dos posibilidades: o cerramos los ojos y seguimos tirando del carro hasta que gane las elecciones Calimero, o nos ponemos a pensar en cómo rebasamos el statu quo, esta fase anal-sádica de nuestras sedicente democracia y conseguimos desencallarla tirando lastre por la borda.
Porque la democracia es una idea demasiado buena como para que se la carguen usando vaselina y cloroformo cuatro cabrones forrados hasta el alma. Sus sicarios trabajan manipulando conciencias, así que la respuesta debe salir de una reacción defensiva de las nuestras. El capital nunca será verdaderamente demócrata, porque en ese asunto no hay beneficio. La democracia representativa ha tenido como propósito situar en el poder a los mejores, pero a la vista de los resultados (de Fujimori a Berlusconi, de Maduro a Esperanza Aguirre, todos elegidos, como Trump o Putin) parece aconsejable hacer liquidación y cerrar el tenderete. Hay que rebasar esta fase y caminar hacia una deseable demoacracia en la que nos gobernemos sin gobernantes (del pueblo para el pueblo y por el pueblo) y el poder se fragmente en millones de trocitos que atesoren los ciudadanos. ¿Quién necesitará a un ministro (sobornable, como todos) para que gestione lo que sea cuando diez mil especialistas de ese algo, en contacto con otros diez mil representantes de los afectados por sus decisiones, dialoguen abiertamente y con acceso público analizando las diversas vertientes del asunto? Tenemos la herramienta (la comunicación electrónica), pero nos falta un software inédito basado en una ciencia nueva que es urgente e imprescindible alumbrar si queremos dar un paso adelante: la Discriminatoria.
Imagina la posibilidad de ayudar a cualquiera y ser ayudado por todos en tus problemas cotidianos de cualquier clase, no sólo los materiales. Imagina que gracias a la Discriminatoria mantuvieras una relación personalizada con el cuerpo social, permanentemente atento a los individuos que lo componen. Que la burocracia se transformara en ayuda directa al ciudadano teniendo en cuenta la Discriminatoria. Que la ley atendiese parámetros mucho más finos y sutiles que los del lecho de Procusto que hoy padecemos y a todos nos indignan. Que la comprensión, la tolerancia y la ayuda de nuestros hermanos fuesen las herramientas solidarias con las que tejiésemos nuestra convivencia diaria. Que convirtiéramos la culpa en error y aprendiéramos colectivamente de esos errores para entendernos y tratar de ser mejores personas en un seno social caliente y animoso.
Anoche, mientras soñaba todo eso, me caí de la cama y me hice un chichón encima de la oreja derecha. Parece que ya va bajando, menos mal.