Aquí sigo aún, esperando ese día en que se afile el cuchillo que corte estas cuerdas que me atan. Las que oprimen mi cuerpo con retales de prejuicios ajenos y me sojuzgan sin remedio.
A veces quiero ser mi yo de antes, la niña libre que escribía sobre músicas prestadas sin pedir permiso, sin sentir vergüenza.
Comí y bebí de mi pasado más inocente, el intocable, el de las tardes de juegos eternas, el de la voces así como de lejos desde entre los brazos de mamá. Toqué la gloria, el bienestar en su estado más extremo, el de mamá y yo y el mundo se puede acabar aquí y ahora. Lo necesité y lo necesito cada día, cuando empiezo a escribir, lo necesito como una semilla necesita la humedad y el oxígeno para germinar. El tiempo pasará, pero lo que uno va guardando en la cajita de los recuerdos queda ahí, perenne, se vuelve maestro, algunas veces de cosas maravillosas y otras de comportamientos adquiridos que te convierten en una pura esclava.
Y a la esclavitud nos sometemos nosotras misma cuando miramos con desconfianza a otra mujer por el simple hecho de serlo, porque fueron muchas las veces que escuchamos, el típico ¡con esa no te quiero ver! Cuando pensamos que sacarse un pecho en la calle para dar de mamar está un poco feo, pero aseguramos abiertamente que es algo natural y maravilloso. Cuando vemos a niñas adolescentes por las redes sociales, afirmando, no soportar que su pareja hable, mire o respire cerca de otra chica.
Resulta, que realmente no somos las culpables de todo esto que sentimos, pero si el remedio. Somos la esperanza de un tiempo mejor. Abramos otro canal, un canal donde la marea suba arrastrando esos comportamientos obsoletos adquiridos y baje cuajadita de libertad y sabiduría. Donde nuestras tetas sean tan naturales como nuestro peso. Donde nos alegremos de los logros de las demás porque realmente son los de todas, son avances y puertas abiertas.
Llenemos la cajita de los recuerdos de nuestros pequeños, de la igualdad que anhelamos ahora. No hay mejor chaira para afilar ese cuchillo que cortará todas y cada una de las cuerdas que nos mantienen atadas y algún día, quizás, existirá la última esclava.