Ilustración: pedripol
Pluga que los magos traigan las bienaventuranzas y los vertiginosos milagros, el oro de la justicia, el incienso del amor y la mirra de la belleza.
¿A dónde debemos escribir para que traigan árboles nuevos sobre el viejo Amazonas, el regalo de un beso envuelto en celofán bajo el árbol del club de los corazones solitarios, el breve escalofrío de la paz en los tenebrosos territorios de la infamia, la salud y la libertad como una emoción bajo la piel y no como productos en los escaparates del mercado?
Por lo demás, quizá un scalextric que nos saque de cualquier atolladero, callejones con salida, autopistas hacia el cielo y bulevares con sueños en perfecto estado de revista. Que por la chimenea de las epifanías alguien arroje una ración de trabajo sobre la mar de las bahías a las que empobreció la avaricia. Que vuelvan las leyendas de hoy contra el mundo de siempre, leyes sin mordaza, pupitres de madera contra la fe los carboneros, suficientes camas de hospital construidas tal vez con los presupuestos de la guerra de las galaxias.
Ojalá que vuelvan a venir de oriente la música de la seducción en lugar del estruendo de los desesperados. Que cuando amanezca veamos sobre la alfombra del tiempo un reguero de palabras sin usar, una noche de irrompibles cristales de utopía, un abrazo a la salida de las cárceles que a partir de entonces sólo encierren el miedo.
Que todos los viajes conduzcan a alguna parte. Que los refugiados obtengan refugio y los inmigrantes terminen de serlo en cuanto lleguen a donde les oriente su estrella. Que dejen de nacer bebés en los portales y mesías en los templos de las supercherías, de las cuentas de vidrio y de los cetros dorados.
Que el teléfono de la esperanza deje de comunicar. Que los misiles apunten hacia las cuentas bancarias. Que en la oca de la historia saltemos del laberinto al treinta. Que no nos regalen solitarios sino juegos reunidos. Que el viento sople a favor y nunca nos quedemos a dos velas.
El niño que fui desea seguir siéndolo siempre, tomen nota de ello, para que Peter Pan no tenga mala fama y el capitán Garfio pierda más temprano que tarde su prestigio. Que los sonidos del silencio sean tambores de paz y no gritos de pánico. Que encontremos a tiempo la escalera de incendios, antes de que el fuego inunde el palacio de invierno, las casas blancas y las salitas de estar. Que alguien traiga carbón para ahuyentar la miseria y crear diamantes. Que sólo muera la muerte, que siempre viva la vida.
Que las sirenas dominen a los dragones, que nadie recorte los presupuestos de alas en la espalda y grandes horizontes. Que los seres humanos paseen libres por las grandes alamedas y nadie más tenga que morir para hacerlo posible. Que lo prometido sea duda. Que nos sumerjamos hasta encontrar las perlas de la corona de la verdad perdida y que sepamos que sólo será posible recomponerla en el caso de ir juntándolas una por una, porque siendo de todos no le pertenece a nadie.
Que el amor se haga, que las caricias venzan a los huracanes, que el alma no sea un juguete y que la nostalgia nunca se convierta en una camisa de fuerza. Que las aspas de los molinos se alíen con los hidalgos y que los pancistas nunca gobiernen las ínsulas de este viejo planeta que hace mucho dejó de creer en vosotros, los únicos reyes a los que rindo pleitesía, la ilustre monarquía del deseo contra la república bananera de la realidad.
Ni Dios ni amo, de acuerdo, ¿cuándo nos regalaron algo?. Pero que nunca falte la magia nuestra de cada día, la de la sonrisa infinita de los desayunos, la de la ternura cómplice en el salón de los pasos perdidos, la de los ojos que chispean cuando vuelven a vernos.
Dánosle hoy y en cualquier momento.