“Este virus lo paramos entre todos”.
Y entonces comienza la maquinaria que une nuestras manos aún sin poder tocarnos. Y los vecinos se preguntan cada mañana cómo estamos hoy, nos ofrecemos a hacerle la compra a esa señora mayor que vive sola en el primero para que no tenga que salir, nos videollamamos con frecuencia para interesarnos los unos por los otros, creamos grupos de Whatsapp para que la familia esté unida en estos momentos tan complicados, llamamos al abuelo a la residencia todas las tardes, aprendemos a dividir por el método ABN para que nuestros niños y niñas no se queden atrás, cocinamos magdalenas (y torrijas y arroz con leche y bizcochos de chocolate), le damos las gracias a la cajera del súper por atendernos y salimos al balcón cada atardecer en homenaje a nuestro personal sanitario convirtiéndolo en héroes. Los profesionales de los medios de comunicación inventan nuevas fórmulas de entretenimiento sin salir de casa, las plataformas de contenidos crean ofertas especiales para el confinamiento y Amazon te sigue trayendo todo lo que necesites a tu puerta.
Y con ese halo de solidaridad y esperanza van pasando los días, las semanas, el primer mes. “Todo va a ir bien”, “saldremos de esta”, “es una señal”, “todo cambiará después de esto”, “esto nos hará mejores”. El autoengaño como placebo.
Pero basta con mirar hacia el mismo sitio para ver la otra cara. Los aplausos de las ocho en manos falsas, los dedos acusadores tras el visillo, los que siguen escupiendo sus vísceras cada mañana en las aceras, los anuncios de los bancos que suenan, como de costumbre, a mentiras engalanadas, los que disfrazan de donaciones sus vergüenzas. Los expedientes de regulación temporal de empleo, las reducciones de jornada, las vacaciones obligadas y los despidos. La desinformación en boca de tertulianos envenenados, la mala praxis por antonomasia. La oposición que se opone, la que dificulta y la que inventa. Los palos de ciego en mitad del negro de las noches pandémicas. Los negacionistas de lo evidente, los que no ven muertes sino números, los que piensan que las vidas de los pobres no sirven para unir sus estados, los aviones que siguen cruzando el cielo norteamericano porque siempre pesará más el capital que la gente. Las fosas a las afueras para los sin nombre…
¿Este virus lo paramos entre todos?