Siempre he pensado que la vida tenía que tener banda sonora, por lo menos en esos momentos cuando vas en el autobús mirando por la ventana y pensando en todo lo que pasó o no va a volver a pasar. Unas notas así como musicales, que vertebren esos momentos de transición traumática (o pos o pre) o plácida (o pre o pos) de nuestro desarrollo personal y solitario. Cuando no miramos twitter ni instagram, cuando levantamos la mirada y sentamos el culo (y no al revés, como tantas otras veces), cuando nos paramos mientras nos movemos, cuando nuestras “poslágrimas” se pierden como lluvia en las gotas de un cristal que está escrito por el otro lado y que afortunadamente, y por lo menos, no pone AICNALUBMA. Una canción de alguien famoso o desconocido que diga, preferiblemente en inglés, algo sobre yo qué sé… el invierno seco en Milwaukee, el día que tu padre se fue a vivir a aquel motel de carretera junto a la ruta sesentaipico o sobre los perros que vagan perdidos por una estación de tren desolada desde que llevaron la fábrica de alcayatas a otro lugar.
Yo soy mi propio John Williams, mi personal Hans Zimmer. Yo, cuando el cerebro se me pone de repente en pause, genero una banda sonora silenciosa y dinámica que me acompaña, me adelanta y me anticipa. Una banda sonora que me sirve, que me sorbe, que me sulibella. Una banda sonora que hace bailar al mundo y girar a las personas humanas, que sirve de transición entre las escenas cotidianas de mi ordinaria existencia, que vale de contrapunto a todos los puntos y las comas de mi discurso mental. Una banda sonora que luego, a lo mejor, venden en El Corte Inglés o, a lo mejor, en Discos El Melli. Yo cuando me quedo en blanco siempre suena lo mismo y eso mismo me sirve, paradójicamente, para la mayor variedad de cosas imaginables sobre los acontecimientos que me acontecen (o no) a mí. A mi boca no llega lo que a veces de mi cabeza sale. A veces en mis pies se acomoda lo que mi corazón expulsa.
Y aquí me tiene usted tela de mosqueao. Sé que no pecaré de original porque sale de mi cabeza la misma música que le sale a todo el mundo (y la que usted tendría en la suya desde que leyera el título del artículo o si perteneciera a mi escuela y estirpe); la de Las viejas glorias de Manolito Santander. Yo llevo desde 1996 con la música de José Manuel Prada Durán y con las 8 palabras que dan inicio al trío y a la gloria, instaladas en mi mollera. Y voy en el autobús 52 en Madrid y mientras miro por la ventana pienso “y aquí me tiene usted tela de mosqueao, porque se me ha olvidao coger un tupper” y luego miro por la otra ventana y pienso “y aquí me tiene usted tela de mosqueao, y es que Galicia sigue ardiendo en llamas”. Y luego se suben unos jóvenes y a mi cabeza viene “Y aquí me tiene usted tela de mosqueao, porque ya no cumplo más los 40” y luego se baja una vieja y me sale “Y aquí me tiene usted tela de mosqueao, porque Podemos se ha ido al carajo” Y entonces pienso que la vida tenía que tener banda sonora y que y “aquí me tiene usted tela de mosqueao como Cristiano cuando juega Messi”. Unas notas así como musicales, que vertebren esos momentos de transición traumática en las que voy sentado en un autobús de allí y aquí me
tiene usted tela de mosqueao
porque estoy a kilómetros del Falla
y aquí la gente no sabe de eso
y cuando hablo de eso, pues se callan.
Tela de mosqueao
Porque no he terminao
para este Tercer Puente
las palabritas que prometí
Y ya no sé si ni como acaba esto
ni como empezaba
ni como lo estoy haciendo
con to los muertos
del tono de pasodoble