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Cada uno trae el Carnaval que lleva dentro, hasta ahí llegamos todos; el problema es que la expansión de estas fiestas allende nuestras fronteras naturales está produciendo monstruos, mutaciones que no siempre consiguen el resultado que pretenden.

Quizá la gente no comprende que el de Cádiz es un carnaval transgresor, de ingenio, de ingesta lenta, que no pretende levantar la carcajada por la carcajada, sino hacerte reflexionar desde la ironía, tomándole el pulso a la realidad social que le rodea.

Lo que queda del dia
Viñeta: Pedripol + Francisco Asensio

Pero ahí afuera, más allá de los puentes, algunos han interpretado que esto va de contar (o fusilar) chistes, de hacer el caricato con disfraces demasiado realistas y sofisticados como para conseguir algo más que la admiración por el artista que los hizo, no por el ingenio de sus autores. El baúl ha sido siempre la materia prima de los sueños desde que esta fiesta se conoce. El nuestro es (era) un carnaval pobre, del pueblo… De pocos lujos, para que me entiendan.

Para mí tengo que ya es tarde. El Carnaval tiene que evolucionar con los tiempos, y estos en los que vivimos no dan para más. No soy yo quién, ni tengo la sabiduría de aventurar la forma del futuro que viene, pero a buen seguro no será el que hemos conocido hasta ahora. Nos queda la ilusión de seguir en la lucha para revertir esta corriente, aunque sepamos en lo más hondo que igual no es más que una aventura romántica, o, aún peor, el Quijote contra los molinos…

Pero, bueno, así es la vida. Y, para algunos, algunas y algunes de los que estamos por aquí, una de las ilusiones que tenemos es disfrutar de lo que queda del día.

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