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Se derrite despacioso el hielo antiguo de los cascos y los monstruos marinos pitagóricos están preñados de plásticos y basuras. Bosques y pinares desparecen de mano del dinero y sus secuaces. Y las hogueras apagadas se alzan en apartamentos turísticos y hoteles. El humo de cada uno de nuestros cigarros, el humo de cada uno de nuestros coches, el humo de cada uno de los camiones que nos transportan cada cosa que compramos desde cualquier punto de este maltrecho y moribundo y cansado planeta acabara asfixiándonos. Nuestra tos ha empezado a volar hace siglos y hoy ya no somos gente sino un puñado de metástasis que se extiende por cada centímetro del mundo. Los pájaros no reconocen sus propias corrientes migratorias, vuelven sin saber muy bien por qué, vuelven sin saber demasiado bien cuándo tendrán que irse, van y vienen sin más brújula que sus plumas maltrechas por un tiempo incapaz de sostener su vuelo. No vamos a descubrir nada cuando hablamos de la problemática que supone el calentamiento global porque nosotros somos los biznietos del cambio climático, eso vaya por delante.

Los biznietos del cambio climatico portada
Ilustración: Pedripol

Ser conscientes de esta situación que nos ocurre y que se agrava cada día es algo que debería venir en nuestro ADN pero no siempre esto sucede. Es por eso que se podrían entender las campañas masivas de alarmismo medioambiental y la mediación de una joven sueca defendiendo una postura ecologista concreta en todas las cumbres que se organizan al respecto. Ahora hablemos:

Las campañas de concienciación ecológica están conviviendo en una economía contaminante y contaminada. A diario, en las cocinas corrientes de cada hogar de muchas casas, de muchas ciudades encontramos más residuos de envases que residuos orgánicos. Claro que la respuesta automática a la situación anterior es comprar productos ecológicos no envasados. Pero ¿cuánto cuesta hoy ser “ecologista de salón”? ¿Quién está detrás entonces de este apocalypse now?

Es admirable la defensa medioambiental de la joven sueca, pero alguien que ha nacido en el nuevo modelo sueco de economía tiene muchas posibilidades de asumir ese discurso ecologista que el sistema capitalista está instaurando en los países “del primer mundo”. Por tanto sus planteamientos pueden quedarse en un relato individualista y poco pragmático para el resto del planeta. La vehemencia con la que la joven ha abanderado este grave conflicto provoca cierto rechazo por un sector no pequeño de la población y no hablo de hombres, conservadores y misóginos, no, hablo de gente que está educada de otra forma y con otros recursos distintos a los suyos. Es por eso que los cambios que exige en sus propuestas son educacionales, y no se educa de un día para otro.

Las políticas del miedo están funcionando perfectamente (y ahí está la expansión de la extrema derecha) y por supuesto la moda del falso “ecologismo de postureo” y su consumismo pseudo-responsable son fuentes de ingresos para las grandes empresas pero el miedo ni se compra ni se vende. Miren estas palabras, que podrían ser de Greta Thunberg: “Vengo a deciros que los adultos debéis cambiar vuestros modos. No tengo una agenda oculta. Estoy luchando por mi futuro”. Pertenecen a la activista canadiense Severn Cullis-Suzuki que contaba con solo doce años cuando las pronunció en la Cumbre de Río de Janeiro en 1992 pero a ella no la conocemos, porque se le ignoró entonces. ¿Por qué se ignoró un problema con el que convivimos desde hace siglos entonces y no ahora?

Algunas de las críticas hacia la joven sueca tienen al final del cuento cierta lógica desde mi punto de vista. Los cambios no van unidos al miedo, los cambios son procesos que no tenemos que sufrir sino asumir, para poder llevarlos a cabo de una forma natural y son lentos, muy lentos, escandalosamente lentos. Pero el cambio climático no.

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