El deporte tiene la fuerza para cambiar el mundo. El poder para inspirar. Tiene la fuerza para unir a las personas como pocas cosas más pueden. Habla a la juventud en un lenguaje que ellos entienden. El deporte puede crear esperanza allí donde una vez sólo hubo desesperación. Es más poderoso que los gobiernos a la hora de romper barrera s raciales. Se ríe en la cara de todo tipo de discriminación.
Nelson Mandela pronunció esas palabras en el año 2000. Llevo desde el día del partido del Cádiz contra el Valencia pensando en el presidente sudafricano a cuenta del penoso episodio ocurrido durante el juego. Pensando en él, en la necesidad de perdonar que transmitía al pueblo sudafricano y en su intento de hacer comprender a los agresores el dolor que a lo largo de la historia habían infringido a ese pueblo.
El deporte junto con la cultura y la capacidad que tenemos para la comunicación, creo que son los rasgos que mejor definen al ser humano y más nos alejan de nuestros compañeros animales. La capacidad de superación que otorga la práctica deportiva, así como el conseguir defender un objetivo común cuando se juega en equipo, creo que otorga valores fundamentales. En el primer caso de forma individual. No nos enfrenta sino con una misma y los beneficios y la superación no se han de medir con nadie. En el segundo caso, la búsqueda de la armonía y el entendimiento del grupo para obtener un objetivo común, me recuerda incluso al sentimiento que se produce cuando se practica la música en conjunto. Luego ya entra la competitividad pero eso ya es otra cosa y se puede tergiversar. Aunque también puede enseñarse bien si los valores que prevalecen y que se han forjado correctamente son los primeros de los que hablaba.
El lamentable acontecimiento del otro día, lo ha sido por muchas razones. Como aficionada, sentí un poco de vergüenza ante aquella situación. Ni siquiera terminé de ver el partido a gusto. A partir de aquello todo me ha parecido sucio, de intentar hacer prevalecer una razón sobre otra, de obviar el poder de la comunicación, de prescindir del entendimiento y la empatía, de alejar los valores que debe transmitir el deporte y de no considerar ni por un momento que sí que se siguen dando situaciones de desigualdad y racismo y hay personas que tenemos más privilegios que otras.
No quedó la trifulca ahí. Desde entonces ha ido creciendo una maraña tremendamente desagradable. Partiendo del manoseo del derecho a la presunción de inocencia mientras se hacía juicio popular en cada bando. Siguiendo con declaraciones del jugador valencianista diciendo que no hubiera aceptado disculpas en el caso de que el cadista le hubiera pedido perdón. Continuando con la pregunta del periodista que, en la rueda de prensa de Cala, insinuó que los jugadores de otras nacionalidades puede que usen la picaresca para hacerse los ofendidos y rascar sanciones a la contra. Ampliándose con la necesidad de usar los amigos negros o saharauis que se tienen para demostrar que no se es racista igual que se usan las hermanas, las madres y las novias para esquivar el machismo.
Creo que nunca sabremos lo que pasó. Por muchos micros y cámaras que hubiera en el campo. Creo que las dos partes se han enfrascado en demostrar sin prueba posible. No hay más que dos opiniones no puestas en común. Creo que esto desprestigia al deporte, deja mucho que desear sobre la capacidad de entendimiento y que se ha anulado la posibilidad de comunicación que nos distingue de los animales. Al final se intuye que lo cierto va a ser que parecerá que no ha pasado nada. Pero ha pasado que el malestar de una persona, por circunstancias reales que aún se sufren, no se ha comprendido por una parte. Ha sucedido que lo más rancio de la cultura del Reino se ha enarbolado la bandera de las falsas denuncias para seguir justificando sus formas y sus privilegios. Que se ha judicializado desde el minuto uno sin ningún tribunal de por medio. Que el espectáculo sigue y está por encima de cualquier sentimiento y de cualquier intento racional de arreglar algo. Y ha pasado que, al final, se ha desprestigiado el fútbol.
Por último, también llevo algunos días pensado lo siguiente y creo que es significativo del uso y el mantenimiento de según qué privilegios. Hace no mucho llegó a pararse un partido de fútbol por haber llamado nazi a un señor que, habiendo hecho durante toda su vida apología del fascismo, se sintió ofendido por ese apelativo. En este caso lo terrible ha sido que Mouctar Diakhaby también se sintió ofendido y ni siquiera su equipo dejó de jugar.