Uno escribe para despistar a la muerte y estrangular los fantasmas que por dentro lo acosan; pero lo que uno escribe puede ser históricamente útil sólo cuando de alguna manera coincide con la necesidad colectiva de conquista de la identidad.
Eduardo Galeano
Recorre su propio trazo dibujando una realidad alternativa. La palabra es la cuchilla que talla las mentes despiertas, el ruido aquel que agita el mundo, la lanza sin punta que siempre encuentra su diana. Salta de una mano a otra, corre sin tocar el suelo, vuela y se baña y se viste del color que le da la gana. Es el candado que abre y cierra todas las salidas de emergencia. El combustible de todas las historias, el campo arado de la memoria, la raíz que emana desde lo más profundo de la tierra. Es savia invisible, una selva cautiva, la canción de un pueblo, el antifaz de la verdad. La palabra es barro y es pan.
Hoy regreso para defender la palabra, para devolverle su función legitima, esa capaz de gritar todo lo que aún no tiene nombre. Cuando la voz callada del pensamiento quiso hacerse ver y oír, apareció la palabra. Durante miles de años ha ido transformándose y transformando, cambiando de vestido, creciendo de la mano de la humanidad. Y aunque a todos se nos dio el mismo puñal sólo una minoría aprendió a utilizarlo a su favor. Entonces fue censurada, convertida en mentira y demagogia, conductora eterna del engaño. La palabra estaba limpia e impía hasta que la condición humana de unos pocos la mancharon con sus tintes tiránicos. Porque la palabra es vehículo de la comunicación y no tiene valor en sí misma, sino en quien la dice, la escribe, la escucha, la lee o la interpreta.
Hace tiempo que a la palabra le cortaron las alas y la encerraron en una pequeña isla rodeada de un enorme mar de sombras. Son los mismos guardianes quienes la custodian, moldeándola a su antojo para adoctrinar a una masa gregaria y mediocre que sigue caminando por una carretera con un peaje que no cesa. Pero, volviendo de nuevo a Galeano, «la palabra tiene sentido para quienes queremos celebrar y compartir la certidumbre de que la condición humana no es una cloaca. Buscamos interlocutores, no admiradores; ofrecemos diálogo, no espectáculo. Escribimos a partir de una tentativa de encuentro, para que el lector comulgue con palabras que nos vienen de él y que vuelven a él como aliento y profecía».
Y aquí es donde nace la importancia de los puentes tendidos hacia y desde las palabras. Puentes siempre de doble sentido, de ida y vuelta. Puentes sonoros que dan voz a la opinión acallada por los propios guardianes. Puentes que cuelgan de ese hilo tan frágil que es la verdad. Puentes que se presentan como el camino alternativo a los peajes. Hay que seguir caminando de una orilla hasta la otra, de forma constante y sin pausa. Porque sólo con ese viaje infinito podremos mantener viva a la palabra.