Fotografía: Africa Mayi Reyes Bajo licencia (CC BY-ND 2.0)
LUGO 0 – 1 CÁDIZ
A veces un par de folios de anotaciones apresuradas quedan reducidos a cenizas por la irrupción en el partido de un cuerpo extraño. En la victoria de hoy del Cádiz en el Anxo Carro lucense, Moha jugó el papel de inesperado agitador: su entrada fue el punto de inflexión que convirtió una segunda parte predecible en un auténtico carrusel de emociones que ríase usted de Juego de Tronos. Para empezar, batió el récord mundial de precocidad en recibir una tarjeta amarilla (ni cinco segundos tardó en ser amonestado). A continuación, cometió una dura falta y entorpeció un contragolpe de Barral. Cuando la cosa apuntaba a desastre absoluto, se reivindicó con un buen cabezazo que salvó Juan Carlos y, sobre todo, forzando un penalti que el citado Barral convertiría en el gol de la victoria. Su fallo en un mano a mano postrero fue el estrambote adecuado a una actuación poco ortodoxa y salpicada de errores groseros, pero de indudable saldo positivo.
No habían sido fáciles los días previos para el equipo amarillo, que sufrió en sus carnes la historia mil veces repetida en el fútbol: un club de superior categoría puso sus ojos en Álvaro, y este, descentrado, se negó a entrenar (de ahí su ausencia en el once de hoy). Era el Cádiz un novio temeroso que observaba cómo su amada deshojaba margaritas con la mirada perdida…
Sin Álvaro (que finalmente se queda) pero con las ilusiones intactas, saltaron los gaditanos al césped. Por cierto –y sin que venga demasiado a cuento- uno de los árbitros asistentes se apellidaba Ortuño y no pude evitar sentir una punzadita de nostalgia. Snif.
Cuando comenzó el partido pudimos observar alguna variante táctica. Cervera cambió a un sistema de dos puntas (Salvi y Dani Romera) disponiendo por detrás una línea de cuatro (Aitor y Nico en los costados, Garrido y Abdullah en el centro). En los primeros veinte minutos el Cádiz generó no menos de tres ocasiones razonablemente claras (con mención especial para el tiro al palo de Romera en el minuto seis) y a mí me dio por pensar que pueden encontrarse algunas vetas de las ideas del Cholo Simeone en la filosofía cerveriana: el equipo por encima de las estrellas, el esfuerzo y el sudor como mantras, los jugadores casi como soldados intercambiables en los que se privilegia la disciplina frente a la inventiva. Esparta al poder.
El Lugo, por su parte, se empeñaba en justificar la virginidad de su casillero de goles a favor. Desactivados sus intentos creativos por el buen trabajo de Garrido y cía, el bagaje ofensivo de los lucenses se reducía a centros laterales o a disparos lejanos, poca pólvora para tanta muralla. Citar una embarullada jugada en el minuto 24 en el que varios jugadores –con camisetas de todos los colores- cayeron en el área cadista como bolos en una bolera. Se pidió penalti con la boca pequeña pero el árbitro miró al soslayo, fuese y no hubo nada.
Durante toda la primera mitad el bloque del Cádiz funcionó armoniosamente, pero me gustaría destacar la labor de Dani Romera. Emparedado por dos centrales que le sacaban una cabeza, daba la impresión de ser un escolar al que unos matones le iban a quitar el bocadillo. Sin embargo, el almeriense iba a la pelea una y otra vez (un Edward G. Robinson marcando territorio) y tras varias trifulcas se ganó la enemiga del público, lo que no deja de ser meritorio.
Se llegó a la media parte con la impresión de que los amarillos manejaban el tempo desde la defensa y la presión: habían hecho sufrir y no habían sufrido.
En la reanudación el partido perdió gas. Las imprecisiones se hicieron virales y entre las pérdidas y los cambios, el juego no encontraba su ritmo. El encuentro se empantanó y ello benefició al Lugo, que tras perder a los puntos el primer tiempo parecía equilibrar la contienda.
Y entonces saltaron al campo Barral y Moha (por este orden).
Y fue como si alguien pusiera la música a toda pastilla, como si se encendiera la bola de luces de la discoteca, como si se llenara de gente la pista de baile.
Tras el ya comentado gol de Barral todavía pudo empatar el Lugo, pero Cifuentes hizo la parada de la tarde a tiro de Sergio Díaz. Él también quería bailar.
Una nueva victoria para el Cádiz y un nuevo reto para Cervera: él, que ha elevado la disciplina y el orden a la categoría de arte, tiene ahora que integrar en su rutina a ese caos torrencial que responde al nombre de Moha. Creo que nos vamos a divertir.